Arena Roja: Infierno Azul
Por: Dirk Kelly
Capítulo 11
Bosques del norte, Arizona - mismo domingo cerca del mediodía.
La cabaña de Dirk seguía allí. El aire entre los árboles estaba quieto. Sin embargo, las hojas crujían como si alguien invisible caminara sobre ellas. En el sótano, una figura emergía lentamente del rincón más oscuro. Recordando a Cristabelle.
Una réplica sin ojos, con la piel pálida y los labios cosidos, se arrastraba hacia la trampilla abierta. Su cuerpo parecía descomponerse y regenerarse al mismo tiempo, como si aún estuviera decidiendo qué forma tener.
En el espejo roto de una pared oxidada, una imagen parpadeó: era otra Chloe Seyfried con los ojos completamente negros... luego otro Adrián Barton riendo con dientes afilados. Después... otra Indra Mathers cubierta de sangre, como en un ritual.
Y tras cada imagen... el reflejo de Dirk Callahan.
Él ya no estaba en la cabaña. Pero algo de él... sí.
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Infierno Azul, mediodía.
La puerta principal del motel crujió justo cuando Dylan Mercer se atragantaba con una papita frita. Cristabelle, Ramona y Colt regresaban de la playa donde descansaron un par de horas y platicaron sobre lo vivido por Cristabelle. Dylan en su bata de felpa, aún sin afeitar y aun con expresión de quien había pasado varios días jugando a esconderse de su propia sombra, Dylan miró hacia la entrada.
—¿Ramona? ¿¡Colt!? ¡¿Esa es Cristabelle?!
Cristabelle Leclair, con gafas de sol en forma de corazón, una camiseta ajustada que decía Desert Daze y shorts fucsia, sonrió como si estuviera entrando a un desfile de primavera y no a un motel que parecía haber salido de un cruce entre Suspiria y Reservoir Dogs.
—¡Dylan! ¡Cariño! ¡Pareces un experimento mal logrado entre un oso panda y un empleado de gasolinera que ha perdido toda esperanza en la vida!
—Te quiero, prima —respondió Dylan, sin saber si reír o esconderse de nuevo.
Ramona Leclair iba tras ella acomodándose la falda mientras Colt Mercer, detrás, mascaba chicle con mirada entre nostálgica y resignada. Los tres entraron a despedirse.
—Bueno, por fin, regresaremos hoy a La Sirena y El Diablo —anunció Ramona, mirando a Colt con ironía.
—Lo juro, esta vez sí es de verdad —dijo Colt, y Dylan respondió con voz alta desde dentro:
—¡Lo he oído un par veces en una semana!
Cristabelle echó una mirada de lado a las tres figuras que salían del pasillo del ala sur del motel. Al ver a Adrián Barton, con su camiseta de malla negra, piernas musculosas desnudas y ojos que podrían pertenecer a un ángel o a un demonio encantador, levantó las cejas.
Luego posó sus ojos en Indra Mathers, que vestía un conjunto negro como tinta con reminiscencias bondage-chic y el aplomo de una reina de lo sobrenatural.
Y finalmente, en Chloe Seyfried, rubia esbelta de curvas afiladas, sonrisa con filo y dulzura y camiseta de Blondie recortada, una mujer que parecía capaz de enamorarte y tal vez matarte en una misma noche.
—Dios santo —murmuró Cristabelle—. ¿Ustedes son una banda post-punk, un trío de modelos para una pasarela en el infierno... o casi los únicos huéspedes del motel más sobrenatural del desierto?
Adrián sonrió apenas.
—¿Puedo elegir las tres?
—¡Me encanta! —exclamó Cristabelle—. Pero necesito saber: ¿qué perfume usan? Porque huelen a pecado... del caro.
Zaza y Cassian se asomaron desde el pasillo, observándola como si trataran de evaluar si era una aliada o solo un nuevo eslabón de locura en su estadía. Cristabelle les saludó con la mano.
—Hola, ustedes dos parecen salidos de un catálogo europeo de viajes extremos. ¡Estoy encantada!
—Gracias... creo —murmuró Cassian.
Dylan, desde el otro lado, alzó la voz:
—¡Oigan! ¡Cuando acabe lo que sea que estémos enfrentando acá, mándenme huéspedes desde La Sirena y El Diablo! Este motel casi parece el área de castigo del universo. Desde que llegaron estos tres, casi nadie más ha cruzado la reja.
—¿No será que este lugar está... repeliendo huéspedes? —comentó Zaza, seria, mirando alrededor.
—¿O los absorbe? —añadió Chloe con una media sonrisa. Indra le tomó la mano.
Ramona puso un brazo sobre el hombro de Cristabelle.
—¿Lista para llevarnos? ¿O prefieres quedarte a investigar duplicados, espejos, y encuentros sexuales místicos entre realidades alternativas?
Cristabelle rió, pero detrás del brillo de su labial había algo más… algo que recordaba los ojos del duplicado que había visto la noche anterior en la cabaña.
—No, tía. Me basta con un duplicado de mí misma por semana. Hoy me conformo con manejar a través del desierto sin ver entidades flotando en ropa interior.
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Litoral Arizona - Carretera estatal, 3:24 p. m.
El Mini Cooper avanzaba dejando atrás el polvo. Cristabelle conducía al ritmo de “Obsession” de Animotion que sonaba desde el reproductor de streaming en el carro, con una sonrisa nerviosa mientras Ramona revisaba su celular por señal y Colt comía papas con chile sentado atrás.
La carretera parecía infinita, cortando la arena caliente como un bisturí entre dos mundos. Entonces... lo vieron.
Un hombre caminaba junto a la carretera, hacia el oeste. Era Dirk Callahan.
Su cuerpo estaba cubierto apenas por una bata blanca de lino abierta al frente, revelando una tanga de algodón azul marino y unas botas de cuero negro hasta la rodilla. Sus abdominales marcados brillaban bajo el sol como si hubiera sido esculpido por el mismísimo deseo. Su cabello rubio ondeaba salvaje. Sus ojos, cerrados, como si escuchara una música que el resto del mundo aún no podía oír.
Cristabelle frenó un poco y dijo:
—Oh. Em. Gee. ¿Y ese? ¿Acaso es un gurú sexual... o un criminal de soap opera?
Ramona le lanzó una mirada fulminante.
—No preguntes — dijo fastidiada.
Cristabelle aceleró.
—Perfecto. Una regla más para el desierto: si ves a un semidesnudo caminando hacia la dimensión del horror, NO preguntes. ¡Check!— exclamo Cristabelle.
Colt se rió y dijo:
— Es el tal Dirk que Ramona te ha mencionado, pero como te dijo Ramona... No preguntes... Ahora sí que esto se está poniendo raro... incluso para nosotros.
Y así se alejaron de Infierno Azul… por ahora.
Continuará...

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