Asfalto Ardiente - Capitulo 1.

 


"Asfalto Ardiente."


CAPITULO 1.


Adrián Barton llevaba días recorriendo el desierto del oeste sobre su moto Ducati negra, con el sol pintando su piel canela y los pensamientos perdidos entre el rugido del motor y el polvo del camino. Había dejado Los Ángeles sin rumbo claro, sólo con el deseo de escapar de todo. Su chaqueta de cuero abierta dejaba ver parte de su pecho tatuado y musculoso.


En algún punto entre El Paso y Tucson, paró en una estación de servicio solitaria. Fue allí donde las vio. Chloe, rubia con sonrisa traviesa, llevaba unas gafas enormes y labios rojos. Indra, pelinegra de ojos felinos, tenía la mirada de alguien que había vivido mucho y no le temía a nada. Ambas reían junto a un Mustang cubierto de polvo y calcomanías.


El sol caía como plomo sobre la autopista 10, justo entre las líneas quemadas del horizonte texano. Adrián Barton, moreno de ojos grises y mandíbula tallada en granito vio detenidamente a ambas mujeres. Sus músculos se tensaban bajo la chaqueta de cuero abierta, y la brisa cálida le revolvía el cabello oscuro. Se sentía libre, salvaje, pero con esa inquietud en el pecho que sólo se calma cuando uno encuentra lo que no sabía que buscaba.


La estación de gasolina apareció como un espejismo: dos bombas viejas, una máquina de refrescos chirriante y una sombra de palmera falsa. Y ellas dos: las mujeres más hermosas que había visto en su vida.


Chloe estaba inclinada sobre el maletero del Mustang, con un vestido de lino suelto que el viento pegaba a su piel suave como algodón. Tenía una sonrisa fácil, de esas que invitan a confiar, y un lunar en la clavícula que parecía marcar un mapa secreto. Junto a ella, Indra, de piel canela y cabello negro azabache atado en una coleta alta, encendía un cigarrillo con una sola mano y el ceño levemente fruncido. Había fuego en sus ojos, un tipo de energía que se sentía peligrosa… y tentadora.


—¿Viajas solo, vaquero? —preguntó Chloe, acercándose con una dulzura casi infantil, pero con una chispa en la mirada.


—Siempre dejo espacio para las sorpresas —dijo Adrián, bajándose de la moto, sus botas resonando en el asfalto caliente.


Indra lo midió con la mirada, sin sonreír.


—¿Sabes manejar algo más que una moto?


—Puedo manejar el caos si hace falta —respondió él, cruzando miradas con ella.


Los tres terminaron compartiendo un motel rústico a las afueras de Tombstone. Tenía el encanto polvoriento de los westerns antiguos: persianas de madera, luces de neón parpadeantes, y habitaciones con camas grandes de colchones crujientes.


La noche cayó con un cielo color vino. Compartieron una botella de bourbon barato en la terraza, los tres sentados en silencio hasta que Chloe rió, ligera como una brisa de verano.


—Esto se siente como el principio de algo... o el final de algo hermoso —dijo, recostándose contra el hombro de Adrián.


—Es el tipo de noche donde se toman malas decisiones —susurró Indra, mirando a Adrián con intensidad.


Y las tomaron.


Dentro, la habitación se llenó de pieles rozándose, respiraciones mezcladas y sábanas empapadas en deseo. Chloe era ternura y caricias lentas, mientras Indra era fuerza, dominio y gemidos sin vergüenza. Adrián era el centro, el equilibrio perfecto entre ambas, fuerte y delicado, rudo y protector. Esa noche, el mundo dejó de existir más allá de ese cuarto.


Pero la mañana trajo el frío.


Indra no estaba.


Chloe despertó sola entre sábanas revueltas, con el cabello enredado y las mejillas aún sonrojadas. La puerta del motel estaba entreabierta. Susurró el nombre de su amiga, pero no hubo respuesta. Bajó corriendo, sin zapatos, el corazón desbocado.


Adrián ya estaba fuera. Había rastros de lucha cerca del auto. Una huella en la arena: botas grandes. Y un anillo, caído cerca del porche. El anillo de Indra.


—Esto no es un robo —murmuró Adrián, inspeccionando el terreno como un sabueso—. Es personal.


—¿Quién haría esto? —preguntó Chloe, con lágrimas en los ojos.


—Alguien que la conoce... alguien que ha estado esperándolo.


Un nombre se filtró, como un veneno que regresa del pasado: Dirk Callahan. Estadounidense, de madre sudafricana y padre irlandés. Rubio, carismático, con ojos azul claro y una sonrisa que había conquistado y destruido por igual.


Indra había hablado de él una vez, en voz baja, mientras fumaba bajo las estrellas. Habían ido juntos al mismo instituto. Él la deseó. Ella lo rechazó. Él la amenazó. Todos pensaron que se había ido a estudiar a otro estado. Nadie supo que se convirtió en algo más oscuro.


Un psicópata funcional. Encantador. Impecable. Peligroso.


—Voy a traerla de vuelta —dijo Adrián, mientras cargaba su mochila y revisaba el arma en su cinturón.


Chloe, con la dulzura de siempre, lo miró con un coraje inesperado.


—Y yo te ayudaré. No puedo perderla.


El viaje los llevó a las colinas remotas de Arizona, a una cabaña semioculta entre los árboles, donde el aire olía a tierra húmeda y desesperación. Allí, entre los susurros del viento y el crujido de las ramas, encontraron señales: una prenda de Indra, un cigarro medio consumido… y risas. De hombre. Enloquecidas, suaves, como una canción de cuna rota.


Continuará...



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