Eros - Capitulo 3.





Eros.

Por: Dirk Kelly 


Capítulo III: Domingo de Sol y  Deseo Persistente. 


El sol del domingo atravesaba las nubes como si el desierto intentara fingir inocencia. La arena roja ardía suavemente bajo los pies de Ernest, que salió del faro con la camisa rota, el torso marcado por símbolos que no recordaba, marcas de uñas en la piel y cicatrices superficiales frescas aún brillando con sudor.


Su cuerpo vibraba con los ecos de la orgía: carne contra carne, reflejos que gemían, voces que no pertenecían a este mundo.


Pero algo distinto, más profundo, lo recorría ahora. No era hambre, ni vacío, ni siquiera deseo sexual común. Era una pulsión erótica total. Cada nervio, cada músculo, cada hueso ardía como si estuviera a punto de estallar en un clímax que no necesitaba el acto del sexo, porque lo contenía todo. Un estremecimiento erótico, persistente, que había ocupado el lugar de su respiración.


 Ernest ya no deseaba: existía en el deseo.


Vibraba en el placer carnal.


En el motel La Sirena y El Diablo, los turistas reían en la piscina, ajenos a todo. Música pop ligera, cócteles con sombrillitas, cuerpos bronceándose. Como si el faro nunca hubiera existido. Como si la noche anterior hubiera sido un sueño húmedo que nadie recordaba al despertar.


Solo Antonio, inmóvil en la sombra del vestíbulo, lo observaba desde ahí. Su mirada era una grieta en la realidad: enigmática, casi paternal, casi cómplice.


Ernest montó su motocicleta. El motor rugió como si también llevara dentro los ecos de la orgía. El viento lo acariciaba en la ruta, pero no como aire: como un amante invisible que le acariciaba la piel. 


Cada kilómetro era una nueva ola de excitación, un escalofrío que lo empujaba hacia un orgasmo casi eterno.


Entonces, el celular vibró en el bolsillo trasero de sus jeans. Lo sacó sin detenerse.


En la pantalla: un número desconocido. Un mensaje de WhatsApp.


> “Nos volveremos a ver en Eros.”


Ernest sonrió. 


No por felicidad. 


Por reconocimiento. 


Por ironía.


Antes de que pudiera guardarlo, apareció una segunda línea, escrita con lentitud, como si alguien lo escribiera desde otra dimensión:


> “Saludos desde La Sirena y El Diablo, –Ernest B.”


El viento rugió en la ruta. Y por primera vez, Ernest no supo si seguía siendo el único Ernest en este mundo. Porque al pronunciar su nombre en silencio, escuchó una voz ajena repitiéndolo al mismo tiempo.


La carretera se abrió como un espejo líquido. Y en ese reflejo lo observaban otros:


Dirk X, con su belleza hérculea aunque esbelta, sonrisa depredadora.


Chloe Y, con labios húmedos y mirada que ardía como fiebre.


Indra Z, piel vestida de sombras, uñas que ya habían marcado a Ernest.


Adrián YZ, torso perfecto, mirada llorando sangre como en los espejos.


Y Ernest B, su duplicado, su Doppelgänger, la sonrisa idéntica pero torcida.


Al fondo, sentado en la penumbra del faro, los observaba Dirk Callahan, el padre-hermano de todos ellos. Sus ojos eran brasas negras, luego volvian a ser azul, y su voz llegó como un eco que no necesitaba aire para sonar:


—El deseo es la única frontera que nunca se cierra— dijo solemne.


—El deseo no pertenece al cuerpo —respondieron al unísono los duplicados.


—El deseo es reflejo. Carne de carne. Alma de alma—dictó Callahan, alzando una copa de vino tinto, rojo como la sangre.


—Y los espejos siempre cobran su precio —dijeron ellos, sonriendo.


Las risas eróticas, húmedas, llenaron el faro.


Afuera, el sol brillaba como si nada.


Ernest se alejaba más hacía Ajo.


Hacía Eros.


Ahora se sentía poderoso. Tal vez debería visitar a su ex-jefa, la de Grupo Inversiones Cumbre.


Ernest sonrió ante la idea.


Porque el cuerpo siempre recuerda lo que la mente olvida, y en ese recuerdo late el verdadero infierno del deseo.


FIN.



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