Arena Roja: Infierno Azul - Capítulo 9.



Arena Roja: Infierno Azul

Por: Dirk Kelly


Capítulo 9 


Cristabelle Leclair salió disparada de la zona boscosa en el Mini Cooper y con las manos temblorosas en el volante y el maquillaje corrido por el sudor. El motor del Mini Cooper rugía como un animal herido mientras la carretera serpenteaba por la falda de las colinas.

—No me pagas lo suficiente, Ramona… ¡Ni un outfit manchado vale esto! —dijo, apretando el acelerador hasta los 120 km/h. Su corazón latía más fuerte que el bajo en una canción de Blondie.


La ruta polvorienta la llevaba rumbo a Prescott, pero antes tenía que cruzar el pequeño y casi olvidado pueblo de Hollow Creek. El letrero oxidado con letras góticas daba la bienvenida:


"HOLLOW CREEK – Fundado en 1869. Tierra de leyendas."


—Perfecto. Justo lo que necesitaba. Una leyenda más y termino como creepypasta —murmuró, apenas viendo hacia los costados.


Pero a unos metros del camino principal, una estructura abandonada la hizo frenar sin pensar:


La Cabaña de los Carpenter.


Era vieja, oscura, con ventanas tapiadas y un tejado vencido por los años. Su silueta era una sombra ennegrecida por el fuego del tiempo. Algo la atrajo. Un susurro en su mente.


Puso la palanca en “P” y se bajó para mirar. El viento sopló con fuerza y el aroma de ceniza y humedad le heló la piel.


—¿Hola…? —preguntó al aire, como si esperara una respuesta. Tal vez de ella misma. Tal vez de algo más.


—¡Ey! ¡Señorita!


La sobresaltó la voz de un hombre flaco en bicicleta, vestido con ropa de campamento y una lámpara colgada al cuello.


—¿Qué hace aquí parada? ¿No sabe lo que pasó ahí? —le dijo sin bajar la velocidad—. No se detenga. Esa cabaña está maldita. Fue en el 98… Un grupo de adolescentes, fiesta, alcohol… y alguien los destazó como si fueran carne para el carnicero.


Cristabelle abrió los ojos de par en par.


—¿Cómo se llamaba la cabaña?


—La de los Carpenter. Pero ya nadie la llama así. Ahora solo le dicen La Trampa. No se meta con eso.


El ciclista se perdió en el polvo mientras Cristabelle se subía rápido al auto.


—Prescott, Prescott… —repitió como un mantra, mientras pisaba el pedal.


En Prescott, esa noche...


El hotel boutique Velvet Magnolia la recibió con luces cálidas, aroma a lavanda y una recepcionista que parecía sacada de una película de Nancy Meyers.


—No me importa la vista. Solo necesito una ducha, una cama y un teléfono fijo —dijo Cristabelle, con el cabello hecho un desastre y restos de tierra aún en las zapatillas.


Desde la habitación 204, con paredes empapeladas en terciopelo color vino, marcó en el teléfono fijo el número del celular de Ramona que todavía recordaba de memoria. La línea tardó en conectar.


—¿Ramona?


—¿Cristabelle? ¡¿Dónde demonios estás?! ¿Por qué no contestas el teléfono? ¿Estás bien?


—Estoy… viva. Pero mi iPhone murió. Se destrozo... Me persiguió una réplica mía. En serio. Una… ¿doble? ¿Doppelganger? Como una Cristabelle fallida. Con cara de mí, pero como si la hubiera hecho alguien sin saber cómo funciona una persona real. Estaba… bajo esa cabaña en el bosque.


—¿La cabaña?


—Sí, esa misma. La del tal Dirk al que oi que mencionaste. Ramona… hay algo abajo. No solo una réplica. Múltiples. Cajas. Ruidos. Voces. Me largué. Pensé dormir en el auto, pero me asustó un ciclista. Me dijo que no me detuviera cerca de otra cabaña. ¡Otra! En un lugar que se llama Hollow Creek. ¿Lo conoces?


Hubo silencio en la línea. Ramona respondió con voz más baja.


—Sí… esa cabaña es… otra historia. No es de esta costa. Es de las cosas viejas que respiran desde antes que las llamáramos leyendas. No te detengas ahí.


Cristabelle tragó saliva.


—Lo bueno es que ya estoy en Prescott. Dormiré aquí y mañana regreso a La Sirena y El Diablo. Aunque, te digo algo…


—¿Qué?


—Aquí… siento peores vibras que en la costa.


Silencio.


Una risa suave, femenina, salió del altavoz del telefono. Cristabelle bajó lentamente el teléfono.


No era Ramona.


La línea se había cortado.


Cristabelle se quedó mirando el auricular. De fondo, la radio del hotel comenzó a sonar sin que ella la encendiera.


Era “Sweet Dreams (Are Made of This)” de Eurythmics.


La canción favorita de Chloe... Y de Dirk.


La luz del baño parpadeó.


Cristabelle se abrazó a sí misma.


Y afuera, ya con la noche cubriendolo todo, en algún lugar entre Hollow Creek y Prescott, un duplicado con su rostro caminaba por el arcén de la carretera, tarareando al ritmo de esa misma canción.


Continuará...



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