Arena Roja: Infierno Azul
Por: Dirk Kelly
Capítulo 8
Arizona, atardeciendo... más allá del desierto, donde el bosque comienza a tragarse la luz.
Cuando Cristabelle tocó la puerta de la cabaña en el bosque del norte, las réplicas —las de Chloe, Adrián y Cassian— se quedaron inmóviles detrás de las paredes podridas, en el espejo del baño. No respiraban, no necesitaban hacerlo; parecían esperar, como si la presencia de Cristabelle fuera parte de un plan más grande que ella misma.
Escucharon su voz. Su valentía temblorosa. Su frase absurda y fashionista.
Y sonrieron.
El tablero estaba listo para ella. El faro había liberado cosas que nunca debieron salir, y la cabaña —esa vieja mandíbula de madera— estaba hambrienta otra vez.
Cuando Cristabelle empujó la puerta con un susurro, las réplicas se desvanecieron entre las grietas, hundiéndose como sombras que buscan un lugar nuevo. La luz del bosque perdió tono. Como si el día entero contuviera la respiración para ver qué iba a pasar con ella.
La puerta se abrió apenas un centímetro.
Y entonces, sin que nadie —ni algo— la tocara, la puerta se abrió por completo.
Cristabelle, empapada de sudor y adrenalina, levantó su linterna y dio un solo paso hacia dentro.
La cabaña parecía un animal dormido. Oculta entre pinos retorcidos, sus ventanas eran como ojos entornados que todavía recordaban haber visto cosas horribles. La madera crujía con el viento, pero el aire estaba quieto.
—Okay… esto es demasiado Cabin in the Woods, —murmuró, encendiendo la linterna de su iPhone y abriendo la puerta entreabierta de la cabaña —. Pero Ramona dijo que no hay nada. Y si mi intuición me trajo hasta aquí… es por algo.
Tocó la puerta de la cabaña ahora a un costado de ella, con la mano extendida, firme.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Nada.
Solo el crepitar de hojas secas afuera. Y el zumbido lejano de insectos que parecían tener miedo de acercarse más.
Cristabelle esperó unos segundos. Su iPhone vibró de repente, sin notificación alguna, y luego la linterna parpadeó.
—No. No me jodás ahora. No es el momento de actuar como si estuvieras poseído, —dijo al teléfono, dándole un golpecito.
Siguió caminando hacia el interior de la cabaña de Dirk.
Un olor a humedad, madera vieja y algo más metálico —como óxido o sangre antigua— se escapó apenas se abrió una rendija. Cristabelle tragó saliva, mirando a su alrededor. La luz del atardecer apenas alcanzaba para iluminar el interior.
El primer paso sonó hueco, como si algo bajo el suelo se hubiera tensado.
—Solo un vistazo rápido —susurró para sí—. Después me largo. Cero vibes, cien por ciento no gracias.
Dentro, la cabaña parecía intacta… pero había algo que no se sentía bien. Como si el aire hubiera sido respirado por alguien más justo antes de su llegada. Había un marco de cama sin colchón, cadenas oxidadas colgando de una viga, y en la esquina más alejada… algo cubierto con una sábana. Muy blanca. Demasiado blanca.
El iPhone vibró de nuevo. Esta vez, con un pitido agudo y sin sentido.
Cristabelle retrocedió, apuntando con el celular hacia la sábana.
—¿Ramona? ¿Estás haciendo una de tus bromas siniestras?
Se acercó lentamente. Cada paso parecía dolerle al suelo.
La sábana no cubría un mueble. Era… alto. Humanoide. Rígido.
—No. No. No. Esto no es Clueless, esto es Dead by Daylight o Evil Dead —susurró.
Estaba por salir corriendo cuando su teléfono apagó la linterna de golpe y vibró una vez más.
En la pantalla, una canción comenzó a sonar sola.
🎵 "I want your love… I want your revenge… You and me could write a bad romance…"
—¿¡Lady Gaga!? —susurró horrorizada
—. ¿¡Qué mierda!?
La sábana se movió.
Cristabelle chilló, corrió hacia la puerta, la abrió… y la encontró cerrada de golpe.
Desde dentro.
No por ella.
La habitación quedó a oscuras total.
Solo su respiración. Un leve ruido de algo arrastrándose.
La canción se detuvo.
La linterna del iPhone volvió a encenderse sola… apuntando directo a un espejo cubierto en polvo.
Pero el reflejo no era ella.
Era otra versión de ella misma, con los ojos negros y la sonrisa torcida, que levantó un dedo ensangrentado para chistarle.
Shhhhh— dijo la réplica de Cristabelle.
Cristabelle gritó.
Y entonces, el suelo bajo sus pies crujió con un sonido seco y siniestro… y se vino abajo.
Cayó.
Oscuridad.
Silencio.
Y luego, un susurro muy suave, en una voz femenina que no era humana ni del todo real:
—Bienvenida de nuevo…
Cristabelle estaba en el sotano de la cabaña.
Pero el aire tenía algo más. Un peso, como si la madera hubiera absorbido los horrores pasados. Como los que Indra vivio cuando Dirk la secuestró.
Y entonces lo escuchó.
Un murmullo. Provenía defrente a ella.
Caminó sobre el viejo tapiz manchado, el mismo que Chloe había empapado de sangre cuando intentaban rescatar a Indra enfrentándose junto con Adrián a Dirk.
Cristabelle tragó saliva.
La cámara de su iPhone entonces mostró una sala subterránea hecha de paredes curvas y húmedas. Había símbolos grabados en las paredes, algunos se parecían a runas, otros… eran rostros.
Uno de ellos, idéntico al suyo, parecía abrir lentamente los ojos.
Cristabelle gritó y retrocedió, su hombro golpeó una columna, y una caja de madera cayó al suelo con un golpe seco. Algo se arrastraba dentro.
La tapa se abrió sola. Y de adentro emergió…
Otra réplica suya. No exacta. Era como si alguien hubiera intentado crearla con partes de otras Cristabelles. Pelo dorado, pero sin brillo. Ojos delineados… pero sin alma. La criatura sonrió.
—Ramonaaa… —dijo la réplica de Cristabelle con una voz chirriante y deforme—. ¿Por qué me dejaste aquiiii…?
Cristabelle retrocedió, resbaló en el suelo mojado y cayó de espaldas. La criatura avanzó, con movimientos desarticulados, pero veloces, deslizándose como si flotara.
Cristabelle, ahora empapada en barro y con la parte de arriba del enterizo de lycra brillante sucio y roto, dejando parte de su wonderbra al descubierto se levantó jadeando y subió la escalera como pudo.
La puerta de la entrada de la cabaña estaba ahora abierta, como si alguien la acabara de abrir. Salió corriendo al bosque. El iPhone cayó y se hizo pedazos. Cristabelle no se detuvo. La noche caía como un telón pesado. Y detrás de ella, con estruendo desde el subsuelo de la cabaña, se oía cómo más tapas de cajas se abrían. Uno. Dos. Tres. Cuatro.
Replicas. Doppelgangers.
Cristabelle oyó y corrió mas rápido hacia el auto, temblando, sin mirar atrás.
Pero desde la cabaña… los ojos de los Doppelgangers la seguían.
Continuara...

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