Arena Roja: Infierno Azul - Capítulo 4.


 

Arena Roja: Infierno Azul

Por: Dirk Kelly

 
Capítulo 4


El faro se alzaba como un colmillo blanco y oxidado contra un cielo encapotado, envuelto en una bruma rojiza que no era del todo natural.


El grupo entero —Adrián Barton, Chloe Seyfried, Indra Mathers, Ramona Leclair, Colt Mercer, Cassian y Zaza— unos en persona, otros en videollamada, avanzaba entre un vértigo irreal, tratando de entender lo que acababa de suceder.... Algo alucinante... ¿Maniupalcion del tiempo y espacio de parte de Dirk?...


...Un instante antes habían estado frente al faro de La Sirena y El Diablo, dispuestos a sellar el portal. Pero una ráfaga de luz azul, húmeda y palpitante como una lengua viva, los había envuelto.


Y en un parpadeo, el suelo cambió bajo sus pies.


Ya no era el mismo lugar.


El aire tenía otro peso, el olor a sal era más antiguo, y las sombras respiraban.
Frente a ellos, se erguía otra torre: el Faro del Infierno Azul.


Cassian fue el primero en hablar, con voz ahogada:


—No… esto no es posible. El espacio se colapsó sobre sí mismo. No nos movimos: el lugar nos movió a nosotros.


Zaza se tocó el cuello, todavía brillante de sudor.


—O nos tragó —susurró—. Como una garganta.


La madera podrida crujía bajo sus botas, mientras el grupo se internaba por el camino de tablas desvencijadas que llevaba a la base del torreón. Las olas golpeaban la costa desértica como suspiros de un monstruo dormido.


El trio en el motel al ver esto salieron al encuentro de los demas en el faro.


Chloe, con su camiseta al revés, medias de red rojas y labios cereza, aún sentía el eco cálido del último encuentro con Indra y Adrián. Caminaba tomada de sus manos, el tacto de ambos todavía cargado de electricidad.


Adrián, con su camiseta de malla negra húmeda de sudor, los pantalones de cuero pegados al cuerpo y la mirada alerta, parecía un felino que olía el peligro antes que los demás.


Indra, erguida y silenciosa, avanzaba como una diosa de guerra salida de una pesadilla erótica, la piel reflejando el rojo del faro como si estuviera ardiendo desde dentro.


—No me jodan —murmuró Colt, rompiendo el silencio con su voz ronca—. No solo no pudimos volver a La Sirena y El Diablo... sino que ahora estamos otra vez en El Infierno Azul. Y esta vez con Dirk Callahan esperándonos.


Ramona le dio un codazo suave, aunque la sonrisa le temblaba. Llevaba un top de estampado animal y una chaqueta de mezclilla deshilachada.


Cassian y Zaza caminaban detrás, atentos, como si olfatearan algo invisible.


Cloe, Adrian e Indra aparecieron detras de ellos, los alcanzaron apresuradamente. Ramona volteo a verlos. Resignada.


—Desde que ustedes tres aparecieron —dijo Ramona, mirando al trío— este lugar se volvió un agujero en la realidad. El primo de Colt, Dylan Mercer, dueño de este motel, no ha salido de su habitación en tres días. Dice que la marea se volvió roja y el cielo le habló con la voz de un espejo.


El viento ululó. La puerta del faro se abrió sola, con un gemido húmedo y lento.


Dentro, el aire era denso y olía a sal, cuero viejo y sangre seca. El vestíbulo tenía un espejo vertical cubierto con una sábana negra.


A un costado, una silla con correas de cuero. Encima, un maniquí, el mismo maniquí ahora vestido con el bustier de Indra y la camiseta de malla de Adrián, colocados como si fueran ofrendas.


Indra frunció el ceño.


—¿Esto es una broma de mal gusto?


Pero el suelo comenzó a vibrar. El espejo emitió un zumbido grave, como si algo respirara del otro lado. Cassian retrocedió un paso.


—Aquí no hay reglas físicas —dijo sombríamente Cassian—. Este faro… no es un lugar. Es una mente. Y Dirk es su pensamiento más sucio.


Zaza apretó los dientes y dijo:


—Cuando lo vimos por última vez, se masturbaba frente al maniquí, levitando… irradiando deseo como una peste embriagante. Casi nos arrastra con él. Y ahora, está completo.


Un sonido metálico retumbó en las escaleras.


Pasos lentos, teatrales.


Desde arriba descendió Dirk Callahan, semidesnudo, el torso brillante de sudor y aceite, solo vestido con esa tanga de cuero negra y botas negras de cuero. Su sonrisa era la de un ángel caído que había aprendido a amar el infierno.


—Oh, mis favoritos… —dijo con una voz que parecía venir de dentro de sus cuerpos—. Han vuelto al lugar correcto. El Infierno Azul siempre los quiso de regreso. Dejemos a La Sirena y el Diablo en paz... no queremos espantar a tanto lucrativo turista... ¿Verdad, Ramona y Colt?


Silencio.


Entonces el espejo comenzó a parpadear, su superficie ondulando como agua viva.



Dos figuras emergieron del cristal: una réplica perfecta de Adrián… y otra de Chloe, ambos desnudos, los ojos completamente negros, respirando al ritmo de Dirk.


—Los invité para cerrar el círculo —susurró Dirk, extendiendo los brazos como un sacerdote—. Aquí donde todo continua ahora. Aquí donde el deseo se vuelve a hacer carne. ¿Están listos para verse como realmente son?


Chloe tragó saliva.


Adrián dio un paso al frente, el pecho agitado.


Indra se colocó junto a él, relamiéndose los labios, como una cazadora que reconoce al monstruo y lo desea.... Se perturbó. Dirk llevana años deseandola y acechandola...


Ramona murmuró, con una risa nerviosa:


—Esto es Hellraiser… pero con mejor vestuario.


Colt cargó su arma, sin fe en la salvación.


—Genial. Estamos otra vez en el maldito Infierno Azul. Y ahora con Dirk Callahan esperándonos en persona.


Dirk bajó el último peldaño del faro, la luz azul girando sobre su piel como una lengua eléctrica.


Pasó la lengua por sus labios, miró a los tres con un deleite casi infantil y murmuró con ese tono de amante cruel:


—Qué placer tan indecente… cambiar de faro, pero seguir en el mismo infierno.


El silencio se llenó de una respiración colectiva, tibia, peligrosa.



Indra lo sostuvo con la mirada, una sonrisa torcida pintándole la boca mientras se acomodaba el cabello.



—Más que déjà vu… esto se está convirtiendo en un maldito loop —dijo—. Y esta vez, no pienso detenerme hasta vencerte, Dirk.


El faro vibraba como un órgano vivo. Las paredes sudaban sangre.


Desde lo alto, la luz giraba, pero no iluminaba nada.


Solo su deseo. El de Dirk... y tal vez pronto el de los demás.



Continuará...





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