Arena Roja: Infierno Azul - Capítulo 7.

 



Arena Roja: Infierno Azul

Por: Dirk Kelly


Capítulo 7


Ese mismo día, la tarde había caído como una sábana húmeda sobre el litoral. El sol, casi en retirada, ya teñía el cielo de naranjas intensos, morados dulces y un leve y extraño humo gris que se negaba a disiparse del todo desde el faro.


Infierno Azul olía a madera caliente, cloro, bronceador, y ceniza de cigarrillo barato.


Colt Mercer se tiró sobre una hamaca junto a la alberca medio vacía y encendió un cigarro con filtro rojo. Tenía la camisa abierta, mostrando los tatuajes de dagas y cartas marcadas. Miraba el cielo como si esperara una invasión alienígena o una señal de que esta vez sí podrían irse.


—Ya van casi dos putas veces que intentamos regresarnos a La Sirena y El Diablo, —refunfuñó con voz áspera—. Juro que si no salimos mañana mismo de Infierno Azul, me tatúo el faro en el culo para recordar esta pesadilla por siempre.


Ramona Leclair, recostada a su lado con un pareo de tul violeta y gafas grandes, sonrió sin abrir los ojos.


—Apuesto a que Cristabelle está más tranquila allá en el otro motel sin nosotros, llego hace 3 dias y justo a tiempo para ayudar a Antonio con el boom de turistas que ha habido, según me dijo en mensaje de audio por Whatsapp —dijo con sorna—. Aunque conociéndola, seguro ya metió las narices donde no debe.


Mientras tanto del otro lado del motel, en la habitación 5 —la habitación que parecía recordar cada suspiro de placer y dolor como si tuviera memoria viva—, Adrián Barton, Indra Mathers y Chloe Seyfried estaban juntos, sobre la cama, cubiertos con una sábana ligera. Vestían aún sus prendas fetichistas del enfrentamiento del dia anterior, excepto Chloe: Adrián con la camiseta de red negra, Indra con su arnés de cuero ajustado y Chloe ahora con un body translúcido decorado con llamas rojas en hilo metálico.


Se sentía el toqueteo y caricias post-sexo como un afterglow compartido, pero nadie terminaba de relajarse del todo.


—¿Lo que sentimos allá en el enfrentamiento en el faro… era solo lo físico? —preguntó Chloe, jugando con un mechón del cabello de Indra mientras su otra mano descansaba sobre el abdomen de Adrián.


—No —respondió Adrián, con los ojos en el techo—. Era algo que ya existía antes de todo esto. Solo que… lo empujaron al límite. Como si lo que estaba bajo la arena nos hubiera probado y decidido que éramos dignos de más deseo… o más maldición.


Indra, siempre intensa incluso cuando intentaba disimularlo, apoyó su mejilla sobre los pechos desnudos de Chloe, como si buscara un ancla en medio de tanta rareza, de tantas amenazas que parecían multiplicarse detrás de cada esquina y cada reflejo. Su voz salió baja, rasposa, cargada de algo vulnerable… y algo peligrosamente ardiente.


—Yo aún los deseo a ustedes —dijo, dejando que la confesión quedara suspendida entre las dos—. No sé si eso es lo que querían que pasara. Pero no quiero dejar de desearlos.


La piel de Chloe tembló apenas, un estremecimiento pequeño pero sincero. Su mano recorrió la nuca de Indra con un gesto que mezclaba cariño, hambre y un suave miedo a perderla. Afuera, el viento golpeaba las paredes del cuarto como si estuviera impaciente, como si algo allá fuera quisiera entrar… o quisiera que salieran.


No dijeron nada más. No tenían por qué hacerlo.


Se abrazaron sin palabras, las respiraciones mezclándose, los cuerpos encajando con la naturalidad de algo inevitable. Por primera vez en días, el calor no venía de una dimensión hostil, ni de un doble acechando, ni del fulgor turbio que a veces recorría los pasillos del motel al anochecer.


Venía de ellos. De lo que todavía no sabían nombrar que pasaba, pero ya sabían sentir más de lo normal.


Y esa calidez, tan humana y tan peligrosa, iluminó la habitación… incluso mientras la sombra bajo la puerta parecía alargarse un poco más de lo normal.


---


En la recepción del motel, un portazo interrumpió la calma.


—¡Por fin! ¡¡Por fin es de día otra vez, hijos de puta!! —exclamó un joven con el pelo rubio cenizo enredado, piel pálida de encierro, y una camiseta con el logo deslavado de Fleetwood Mac.


Era Dylan Mercer, primo de Colt, y dueño de Infierno Azul. Llevaba tres días encerrado en la habitación 4, sobreviviendo a base de Cheetos, whisky con agua del grifo, y una mezcla de ataques de pánico y maratones de documentales sobre sectas cósmicas.


—¿Qué carajos pasó? ¿Ya se acabó el festival de duplicados o Doppelgangers infernales? ¿Podemos poner música o todavía se aparece el Freddy Krueger rubio y pálido si tarareás “Sweet Dreams”? — exclamo Dylan.


Colt lo abrazó como si no supiera si darle un puñetazo o una cerveza.


—Primo… me alegra que sigas vivo. Pero estás hecho mierda.


—Gracias, familia, —resopló Dylan—. Gracias a Dios soy el primo al que nadie llama cuando están peleando con entes interdimensionales. Muy cabrones todos.


Zaza, recostada en una reposera cercana, lo saludó con dos dedos y una sonrisa.


—¿Quién te dijo que ya se acabó todo, tú?


Dylan palideció de nuevo.


Oh no. No. No empiecen... otra vez.


Entonces Cassian, en un rincón, aún con el rostro sombrío, hablaba por teléfono. Asintió varias veces y luego colgó.


—Acaban de decirme que Cristabelle se fue sola en el auto de Ramona. Dijo que tenía “una corazonada” y que regresaba antes del anochecer.


Ramona se incorporó de golpe, quitándose las gafas.


—¡Mierda! ¿Se fue al norte? ¿A la cabaña de Dirk?


Cassian no respondió, pero su mirada fue suficiente.


El viento sopló fuerte, y la silueta del faro, en la distancia, pareció parpadear como si algo dentro de él vibrara una vez más.


Esa tarde y noche no sería tan tranquila después de todo.


Y mientras todos se reunían otra vez, armando un nuevo plan, las primeras notas de “Tainted Love” de Soft Cell sonaban en la vieja rockola del bar del motel. Chloe sonrió levemente y luego dijo:


Soft Cell. Buena señal… o una advertencia. Vamos a descubrirlo.


Y nadie lo dijo en voz alta, pero todos pensaron lo mismo: con su suerte reciente, seguramente era la segunda opción.


Continuara...

Comentarios