Arena Roja: Infierno Azul
Por: Dirk Kelly
Capítulo 2
EXTERIOR – FRENTE AL MOTEL EL INFIERNO AZUL – EN LA MAÑANA
El sol caía con violencia sobre la arena, aunque la brisa tenía algo casi amable, como si quisiera disimular el calor del desierto. Colt fumaba apoyado en una cuadrimoto, el torso desnudo y con un par de cicatrices que contaban historias sin palabras. Ramona, con su chaqueta plateada y sus gafas en forma de corazón, removía el azúcar en su café instantáneo barato y observaba el horizonte, donde la línea del mar se fundía con la nada.
—Tenemos que volver —dijo, con la voz rasposa de quien ya ha visto demasiadas cosas—. El motel La Sirena y El Diablo empieza a llenarse otra vez. Turistas, mochileros con cámaras… creen que es una joya oculta. Y tú sabes cómo se pone esa costa cuando la luz cae.
Colt soltó el humo lentamente.
—Antonio mencionó que no se ha visto a Dirk ni a una réplica en días —murmuró—. Ni una sombra. Solo arena, olas y un par de idiotas borrachos bailando en la playa. Es como si todo se hubiera calmado.
Ramona desvió la mirada, con esa sonrisa torcida que parecía esconder miedo.
—O como si lo que estaba allí se hubiera dormido. O peor... se hubiera venido con nosotros.
El motel detrás de ellos parpadeaba como una vieja herida. El letrero neón decía “Infierno Azul”, y su resplandor enfermo teñía la arena con un tono eléctrico, casi demoníaco.
INTERIOR – HABITACIÓN 5 – INFIERNO AZUL – MISMA MAÑANA
Esa misma mañana, Chloe estaba sentada en el suelo de la habitación 5, con una bata ligera y el cabello revuelto. Sobre el espejo antiguo trazaba líneas con un lápiz, construyendo un símbolo circular que parecía un laberinto invertido. Indra, con una camiseta sin mangas y las piernas cruzadas sobre la cama, la observaba en silencio mientras bebía de un vaso de whisky. Adrián salió de la ducha, aún empapado, la toalla colgando baja en las caderas, el cuerpo bronceado y marcado por viejas cicatrices casi invisibles ahora.
—Ramona y Colt se van mañana —dijo—. Quieren dejar lo vivido atrás ahora que ven que acá todo parece normal.
Chloe no levantó la vista.
—Es curioso… —murmuró—. Desde que escapamos del motel La Sirena y el Diablo, oí decir a Colt, la playa allá se siente más limpia. Como si el lugar hubiera exhalado un mal sueño.
Indra sonrió sin humor.
—Tal vez porque la pesadilla se vino con nosotros.
El silencio los envolvió. Chloe se detuvo, observando su reflejo en el espejo, y sus labios temblaron apenas.
—Dirk no fue vencido —dijo Chloe, perturbada—. Solo se quedó con hambre.
EXTERIOR – ENTRADA AL FARO DE LA SIRENA Y EL DIABLO – DE NOCHE
Esa noche, el faro de La Sirena y El Diablo volvió a respirar.
Cassian y Zaza habían regresado. Querian confirmar que Dirk Callahan ya no estuviera ahi. Vestían ropa de combate ligera, como exploradores del infierno. Él llevaba un machete en el cinturón; ella, guantes de cuero rojo y el cabello recogido con una pluma negra.
La estructura crujía. Dentro, el aire olía a metal y a carne vieja.
—Aún huele a él —susurró Zaza—. A resina, cuero y rabia.
Cassian asintió.
—Hay algo más. No es sonido… es temperatura. Carne atrapada en otra lógica.
Descendieron al sótano y hallaron un altar construido con fragmentos de espejo y huesos. Un fetiche hecho con cabello humano colgaba sobre una réplica desnuda encadenada, idéntica a Adrián, salvo por los ojos cosidos.
Cassian se estremeció.
—Este es el nido.
INTERIOR – MOTEL INFIERNO AZUL – MÁS TARDE ESA NOCHE
Esa misma noche, de en el motel Infierno Azul, el aire se volvió fuego.
La habitación 5 vibraba con gemidos apagados, risas entrecortadas y el roce de pieles que parecían buscar consuelo en la condena. Había cuero, encaje y perfume barato de catalogo. Los cuerpos de Chloe, Indra y Adrián se entrelazaban con desesperación, como si quisieran huir de sí mismos a través del placer.
Chloe llevaba guantes de vinilo rojo, solo eso vestía. Adrián usaba una máscara de gas desgastada que solo cubría parte de su rostro mientras sujetaba las muñecas de Indra, atadas con una bufanda de seda negra.
Indra jadeaba. Extasiada.
Música de Garbage de fondo, en el celular.
—No importa qué tan lejos corramos… —susurró Adrian a Indra—. Yo aún te deseo así, con esa furia.
Chloe por su parte le mordió el cuello a Adrian, los ojos de ella encendidos como brasas.
—¿Y si solo estamos jugando a sentirnos vivos… mientras el infierno nos lame los pies? -dijo Chloe.
Los espejos temblaron. Nadie lo notó.
Pero detrás del reflejo en uno de ellos, algo respiraba.
EL REGRESO DE CALLAHAN
Dirk estaba en el
centro, rodeado de velas negras.
Casi desnudo salvo por sus botas de
cuero gastado y esa tanga, su cuerpo atlético brillaba bajo el sudor. Parecia que estaba de pie… pero no: estaba flotando, como suspendido por un deseo primitivo. Enfrente, el maniquí con la ropa de Indra: su
vestido lencero, su chaqueta, sus collares.
Dirk se
tocaba a sí mismo con ambas manos, los músculos tensos, los glúteos duros como
piedra. Su rostro era una máscara de éxtasis y dolor. Desde un espejo antiguo, incrustado en la pared
del faro, se asomaban dos figuras:
una réplica de Adrián, otra de Chloe. Lo observaban con deseo.
Cassian y
Zaza se quedaron petrificados. El aire parecía lleno de feromonas, como si la
escena los invitara a perder el control a ellos también. Zaza respiraba entrecortado, y Cassian
tuvo que cerrar los ojos un segundo para no caer en esa energía lasciva.
—Esto no es solo lujuria —murmuró Cassian—. Es… una invocación.
INFIERNO AZUL - CASI MEDIANOCHE
El
letrero neón parpadeaba como un ojo cansado a punto de cerrarse. “Infierno
Azul”, , con letras gastadas que parecían brillar con rabia contenida. El
nuevo motel, enclavado en una curva olvidada de la costa, no tenía el encanto moderno y un tanto macabro del “La Sirena y El Diablo”, pero su estructura art déco venida a
menos, sus paredes azul petróleo y las cortinas de terciopelo raído hacían
juego con las almas que lo habitaban ahora.
Adrián se
recargaba contra la barandilla del segundo piso, fumando en silencio. El viento
nocturno traía consigo un olor a sal, arena y algo más… algo que parecía
despertar justo cuando el mundo dormía.
En la habitación 5, Chloe daba vueltas en la
cama. Su camiseta vintage de The Cure, usada y cortada, apenas cubría
sus muslos. Sus ojos estaban fijos en el techo, aunque su mente repasaba las
imágenes recientes de de días anteriores: el rostro en la arena, la sangre teñida entre las olas y en la arena, el
espejo que devolvía reflejos que no eran suyos. "Boys don’t cry…",
murmuró, como quien se abraza a un estribillo para no ahogarse.
Indra se
sentó en el borde de la cama. A su lado, Adrián ya entraba, aún oliendo a
cigarro, con esa calma forzada que ella siempre detectaba cuando algo le
perturbaba. Chloe los miró, triste y deseosa al mismo tiempo.
—No me
pregunten qué me pasa —dijo Chloe con voz ronca—. Solo sé que los deseo. A los dos.
Que los amo, y que estoy ardiendo.
Indra y
Adrián se miraron por un instante y luego la envolvieron. Entre sábanas
gastadas, ropa interior de encaje, cuero y miradas incendiarias, los tres se
buscaron como si el fin del mundo les respirara en la nuca. El espejo de cuerpo
entero frente a la cama parecía vibrar, devolviendo no solo sus reflejos, sino
otras figuras, otras versiones. Doppelgangers.
Por un
segundo, Chloe creyó verse a ella misma en el espejo, pero no exactamente
igual: el reflejo sonreía distinto… con hambre. Parpadeó, y ya no estaba.
Mientras
tanto, en otra habitación, Ramona y Colt preparaban sus cosas.
—Tenemos
que volver al otro motel —dijo Ramona—. Hay huéspedes nuevos llegando casi
todos los días. Y desde que ese lunático no volvió a aparecer por allá…
—...Todo
está más calmado, como nos dijo Antonio —terminó Colt, aunque en su voz había duda.
El eco de
sus palabras no desapareció del todo. En la habitación contigua, las luces
titilaron sin razón. En el pasillo, un cuadro colgado al revés comenzó a
vibrar.
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El mar
volvió a subir esa madrugada. Algunas olas lamieron la arena, dejando tras de
sí un rastro escarlata. Bajo el
agua, algo parecía replegarse, como si simplemente hubiera vuelto a dormir.
Ramona y Colt partieron antes del amanecer. El Wolkswagen van tragó kilómetros hacia el oeste, dejando atrás el motel que parecía un fantasma de neón entre la bruma. En la playa, el mar subía y retrocedía con un rumor de sangre. Las olas lamían la arena, dejando un rastro escarlata que se perdía en la distancia.
En la cima del faro de La Sirena y El Diablo, Dirk Callahan observaba el amanecer. Su piel tersa brillaba aun con la luna. Sonreía mientras veía a Cassian y Zaza alejarse caminando cerca de la cabaña hacía la playa.
—El infierno no es un lugar —murmuró—. Es un camino. Y ellos aún no han llegado al fondo.
Bajo la arena roja, otra réplica de Chloe abrió los ojos.
El espejo que Chloe había cubierto con una sábana, en la habitación 5 de Infierno Azul, empezó a gotear.
Gotas espesas. Rojas.
Como si el Infierno Azul hubiera aprendido a sangrar.
Continuará...

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