Arena Roja: Infierno Azul - Capítulo 1.

 



Arena Roja: Infierno Azul

Por: Dirk Kelly.

 

Capítulo 1.


Arizona, el litoral – Ultimo día de Marzo 2024.

El Mustang color crema, cubierto de calcomanías de la Liga Ivy y bandas de heavy metal, cruzaba la carretera como una bala perdida. Dentro, Chloe dormitaba un poco en el asiento trasero, envuelta en una camisa vintage de los 70 estampada de girasoles, con las piernas desnudas y el cabello revuelto por el viento.


En el copiloto, Indra llevaba lentes oscuros y labios rojo sangre, marcando cada kilómetro como si fuera una guerra personal. Al volante, Adrián conducía con la mandíbula apretada; en el maletero abierto del Mustang, su Ducati roja viajaba amarrada, brillando como una promesa de violencia y escape.


—¿No sienten esto como un déjà vu, mis amores? —preguntó Chloe, con esa dulzura suya que siempre sonaba a veneno disfrazado de caricia.


Indra ladeó la cabeza, encendiendo un cigarrillo, el humo enredándose con su voz grave.


—Sí, querida... otra vez los tres en una carretera, buscando un nuevo motel donde olvidar lo que hicimos... dejando atrás a Dirk Callahan, vencido... o eso creemos.


Adrián sonrió apenas, con ese gesto cansado que parecía mezclar deseo y superstición.
—Pero esta vez se siente distinto —dijo—. Él quedó atrás. No nos sigue, no nos respira en la nuca como antes... algo me lo dice. Gracias a Zaza y Cassian, y a que destruimos a los doppelgängers, su fuerza se deshace. Está débil... como un eco a punto de apagarse.


Chloe bajó la voz, los ojos perdidos en el horizonte.
—Solo que... ¿por cuánto tiempo? Dirk sigue obsesionado con Indra… y ahora, creo, conmigo. —Su tono tembló entre ira y miedo, pero en el fondo había algo más: una atracción retorcida que no terminaba de morir.


Detrás de ellos, en una van Volkswagen de los 70s, venían Cassian, Zaza, Ramona y Colt. Habían decidido acompañar al trío un último tramo, hasta que hallaran un sitio libre de ecos del bosque, de la playa, de reflejos falsos o duplicados; un lugar donde el nombre de Dirk Callahan no ardiera como una maldición.


La música de TV Girl flotaba entre ambos vehículos, difuminándose con el rugido del motor y el viento caliente del desierto. Y entre acordes de melancolía y deseo, algo invisible viajaba con ellos… como si una sombra se hubiese escondido dentro del sonido.


Detrás de todos ellos, como un rumor constante en el retrovisor, quedaba lo que habían dejado atrás: un faro abandonado, su cabaña, la arena arena roja manchada de sangre, un motel aun con sus propios ecos resonando, y Dirk, cuya risa todavía parecía filtrarse entre las ondas del calor, viva, disuelta, persistente como un eco maldito.


Ahora, el horizonte se extendía como una línea ardiente entre el desierto y una playa salada y hostil. El mar se movía con la inquietud de un animal herido, rugiendo bajo un cielo de cobre. A lo lejos, entre las dunas secas y los cactus calcinados por el sol, se alzaba su nuevo destino: Bahía de las Ratas.


Un letrero de neón medio roto parpadeaba, anunciando la existencia de un bar y motel de aspecto un tanto rústico  llamado “Infierno Azul”. Las luces chisporroteaban, los tubos crepitaban como si sangraran electricidad, y un esqueleto de tiburón colgado en la entrada se mecía con el viento salado. El cartel prometía descanso, pero su resplandor parecía más bien una advertencia: la promesa de otra historia, otro infierno.


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INTERIOR – HABITACIÓN NÚMERO 5 – INFIERNO AZUL – ANOCHECER


El grupo se había instalado con la torpeza de quienes no sabían si estaban huyendo o escondiéndose. Cassian se sentó junto a una vieja radio portátil que soltaba interferencias, buscando una estación que nunca llegaba. Zaza encendió un incienso de olor fuerte, casi químico, mientras el humo formaba espirales lentas que parecían tener forma de rostros.


Ramona y Colt revisaban un puñado de armas improvisadas que habían encontrado en un baúl oxidado: tubos cortados, cuchillos envueltos en cinta negra, una pistola con el cañón mordido por el óxido. Adrián servía tequila en vasos limpios de cristal reluciente; su rostro mostraba cansancio, pero su cuerpo emanaba una energía latente, casi violenta.


Indra se quitaba lentamente las botas negras, dejando ver la piel marcada por el viaje, mientras observaba la habitación con una mezcla de alerta y deseo, como si cada grieta del muro le ofreciera un secreto.


Chloe, en cambio, se acercó al espejo antiguo del cuarto. La luna comenzaba a reflejarse en él a través de la ventana rota. Pero el reflejo no era el suyo.


La imagen le devolvía otra Chloe: una con los ojos completamente negros, sin iris, con una sonrisa que no le pertenecía.


Chloe parpadeó. La visión se desvaneció. Solo quedaba su rostro cansado y el espejo cubierto de polvo. Nadie más parecía haberlo notado, pero el aire dentro del cuarto había cambiado.


El neón azul del letrero parpadeó otra vez. Afuera, el mar rugió.


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EXTERIOR – FUERA DEL MOTEL – MÁS TARDE


A varios kilómetros, Dirk observaba desde la distancia. Oculto dentro del faro, su silueta era un espejismo humano en medio del resplandor del desierto junto a la playa. Llevaba una camisa de lino negro abierta hasta el pecho, una gargantilla de cuero y guantes sin dedos. Su piel brillaba de sudor, y su mirada —la de un profeta herido— se perdía entre los mapas extendidos frente a él.


Sobre la mesa improvisada había una cartografía manchada de sangre y aceite. En ella, varios símbolos y líneas se cruzaban en un punto: un pueblo abandonado llamado Santa Perdición, ubicado entre la costa y el desierto. Era el sitio donde todo había comenzado… y donde todo debía repetirse.


Dirk murmuró entre dientes, como si respondiera a una voz invisible:


—Los reflejos no mienten. No son ellos los que deben temerme… son sus sombras.


Un sonido leve —como respiración dentro del faro— le respondió. Dirk sonrió, sin volverse.


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VARIAS SEMANA ANTES... UNA PLAYA, ANTES DE QUE LLEGARAN A LA SIRENA Y EL DIABLO... 


El viento nocturno arrastraba el olor del mar y la gasolina. Indra y Chloe, antes de conocer a Adrián, habían acampado solas bajo las estrellas. La fogata crepitaba débil, y el vino barato les teñía los labios.


Indra llevaba una chaqueta de cuero blanca y pantalones cargo ceñidos, el cabello recogido en un moño imperfecto. Chloe usaba un vestido de flores, ligero, con los tirantes caídos sobre los hombros.


 Chloe:

—¿Y si nos vamos sin rumbo? Como Thelma y Louise, pero sin morir al final.

 

 Indra:

—Mientras yo maneje, sobrevivimos.

 

Rieron. El eco de sus risas se confundió con el del mar. Ninguna de las dos lo sabía, pero las observaban desde la distancia. Dirk ya las había encontrado. Ya las habia comenzado a seguir desde casi el inicio del viaje


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DE VUELTA AL PRESENTE – HABITACIÓN 5 – NOCHE


El ambiente se había vuelto denso, cargado de humedad y algo eléctrico, invisible. Indra se acercó a Chloe con lentitud felina, mientras Adrián las observaba desde atrás, una mezcla de deseo y culpa marcando sus ojos.


Sus dedos rozaron los labios de ambas, uniendo respiraciones, compartiendo silencios. Las prendas cayeron una a una, deslizándose por la piel como si quisieran borrar la sangre reciente con sudor y ternura.


El neón azul del letrero del motel parpadeaba sobre sus cuerpos entrelazados. Afuera, las olas golpeaban la orilla como si intentaran imitar su ritmo.


Entonces, un grito lejano rasgó la noche. No era humano. No tenía tono ni género. Era como si algo hubiera despertado en la costa.


Cassian se incorporó de golpe.

—Ese sonido… no es humano.

 

Zaza, todavía mirando por la ventana, susurró apenas audible:

—Ni de este lado del espejo.

 

El espejo del cuarto vibró. Por un instante, todos los reflejos parecieron reír.


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INTERIOR – FARO ABANDONADO EN LA PLAYA DEL MOTEL LA SIRENA Y EL DIBALO– MISMA NOCHE


El faro, cubierto de arena y ruina, se erguía como un diente roto sobre el litoral. Dirk entró descalzo, la piel cubierta de sal y polvo. Solo llevaba unos pantalones de cuero, una cadena con una llave oxidada y un encendedor dorado que brillaba como un relicario profano.


Encendió una vela. La luz temblorosa reveló paredes cubiertas de dibujos, cruces invertidas, y frases escritas con tinta roja: “El reflejo siempre regresa”, “El cuerpo no olvida”.


En el centro de la habitación, un maniquí vestía con la ropa de Indra. Dirk se inclinó sobre él, rozando su mejilla de plástico, y susurró con una voz más dulce que el veneno:


—Ahora todos van a romperse. Uno por uno. Como me rompiste tú.


Un gemido apenas audible se filtró detrás de él. En la penumbra, una figura idéntica a Zaza abrió los ojos, sonriendo con un brillo antinatural.


El faro se estremeció, y el mar rugió otra vez.


Continuará...





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