Eros - Capítulo 1.

 



Eros.

Por: Dirk Kelly 


Capítulo I: Viernes de Carne y Neón.



Ajo, Arizona – Marzo 2024, a finales.


El night club Eros nunca había tenido dirección oficial. Se decía, figurada e ironicamente que estaba donde querías encontrarlo, y que si llegabas por error era porque el club quería encontrarte a ti. Desde afuera, parecía un almacén abandonado a la orilla de la carretera 85, un galpón polvoriento donde nadie se atrevería a entrar de día. Pero cuando caía la noche, los focos de neón azul y rojo estallaban sobre las paredes como arterias abiertas, y las ventanas dejaban escapar música húmeda, grave, con un bajo que palpitaba como si tu propio corazón hubiese sido encadenado a los altavoces.


Adentro, el aire estaba saturado de perfume barato, sudor masculino y una electricidad húmeda. Strippers varones relucientes se movían con una precisión casi ritual, torsos brillantes en sudor artificial, mientras clientes anónimos, forasteros, camioneros y desertores, de ambos sexos, de algún matrimonio infeliz miraban con los ojos desorbitados.


Ernest se movía entre ellos y ellas como depredador camuflado. Era el mesero estrella, y lo sabía. Tenía 38 años, el cuerpo de un atleta esculpido no por disciplina, sino por rencor y genética cruel. Sus muslos eran columnas de carne, sus glúteos parecían cincelados con obsesión, y su rostro mantenía una melancolía extraña: como un lobo que alguna vez conoció la ternura y ahora solo servía copas. Nadie sabía qué hacía un hombre así en un lugar como Eros, salvo Ernest mismo.


Había trabajado en Grupo Inversiones Cumbre, sede de Arizona, donde su jefa lo convirtió en juguete y amante clandestino. Ella lo devoró con un deseo enfermizo, lo moldeó como escultura viva, y cuando se cansó de él, lo escupió al desierto. Desde entonces, Ernest servía tragos en Eros, esperando un futuro que nunca llegaba.


Esa noche, dos turistas rubios atravesaron la puerta. Un hombre y una mujer: Dirk X y Chloe Y. 


Bellos en exceso, con un aire ambiguo, casi sobrenatural. 


La piel blanca les brillaba bajo las luces como si hubieran sido bañados en leche y veneno. 


Ernest los vio reflejarse en los espejos antes de entrar, y ese detalle le heló el estómago: los espejos los reconocieron antes que el mundo real.


Les sirvió un cóctel llamado "Sangre de Medianoche", una mezcla espesa, roja, metálica, y ellos se inclinaron hacia él. La mujer, con labios húmedos, susurró:


> “Solo estaremos aquí dos noches. Es nuestra... primera salida fuera del motel y el faro del litoral... Luego regresamos al litoral. Al faro. Allí nos esperan Indra Z, Adrian YZ… y Dirk Callahan.”


Ernest se petrificó. No por miedo, sino por reconocimiento. Había leído ese nombre, Dirk Callahan, en informes ocultos de Grupo Cumbre, en los archivos que nadie debía abrir, en correos electrónicos que se autodestruían apenas cerrabas la pestaña.


El club se volvió más denso. Los strippers seguían danzando, pero los espejos comenzaron a traicionar la realidad. Ernest, desde la barra, los miraba: en un espejo, Chloe lamía su espalda; en otro, Dirk lo miraba con unos ojos que lo desnudaban hasta los huesos. En otro reflejo, los tres flotaban sobre una cama de arena roja, rodeados de duplicados: docenas de cuerpos desnudos, todos con su rostro, todos en éxtasis.


La música se detuvo un instante. Los espejos siguieron. Dirk X y Chloe Y ya no estaban.


Cuando Ernest cerró el bar, la pesadilla ya estaba sellada. Caminó hacia la salida, pero su reflejo se quedó atrás. No lo acompañó. Y en la carretera 85, justo frente al club, se escucharon los gritos quebrados de la pareja rubia... habían salido esa noche desde el motel del litoral a buscar algo o alguien.


Y aun pedían compañía.



Continuará...







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