El Verano de los Gatos Rojos - Capítulo 7.



El Verano de los Gatos Rojos.

Por: Dirk Kelly 


Capítulo VII: El Último Gato.


Ciudad de México, semanas después.


La ciudad era una sinfonía de cláxones y humo. El cielo tenía el color de un cigarro a medio apagar, y las avenidas hervían bajo el peso de miles de pasos apurados. Ximena cruzó Madero con una calma de otro mundo. Llevaba un vestido negro simple, gafas oscuras y el cabello negro azabache suelto.


Entró al edificio de la editorial donde trabajaba. Saludó con la cabeza a la recepcionista, tomó el elevador y subió al sexto piso.


—¿Dónde estuviste? —le preguntó su editor, un hombre pálido y de voz nasal.


Ximena dejó una carpeta sobre su escritorio.


—Lo sabrás cuando leas esto.


Él hojeó las primeras páginas mecanografiadas. El título lo paralizó:


“Los Ojos del Seductor: Crónica de un Verano en Acapulco”


—¿Esto es ficción?


—¿Qué importa?


Lo dejó con la duda. Bajó de nuevo, salió a la calle, y se sentó en una banca frente a Bellas Artes. Se quitó los lentes y respiró. Por fin.


El sol brillaba sin saber lo que ella había hecho.


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Días antes, Acapulco.


La policía había llegado tras una denuncia anónima. Encontraron la mansión semiabandonada. Puertas abiertas. Música aún sonando en una radio vieja: “Balada para Adelina”. No había cuerpos. Solo rastros de lucha. Muebles destrozados. Sangre por todas partes. Algunos pedazos humanos irreconocibles. Ningún documento. Ninguna fotografía.


En el sótano, decenas de gatos rojizos vagaban entre los restos de huesos y cartilagos sanguinolentos de Odin y Donatello. Los gatos estaban famélicos. Lentos. Uno de ellos, el más pequeño, se escabulló entre los arbustos antes de que llegaran los oficiales.


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Ciudad de México, esa misma tarde.


Ximena regresó a su departamento. Subió por la escalera de servicio, como siempre. Abrió la puerta. Todo estaba en su sitio. La máquina de escribir, los libros, las plantas.


Se quitó los zapatos. Se sirvió una copa de vino blanco.


Y entonces lo vio.


En el balcón. Sentado. Observándola.


Un gato de pelaje rojizo, con ojos verdes como jade sucio.


No maulló. Solo la miraba. Como si supiera. Como si la eligiera.


Ximena se acercó. Le extendió la mano.


El gato saltó sobre el alféizar y entró al departamento con la tranquilidad de quien regresa a casa.


Se acurrucó en el sillón, junto a su máquina de escribir.


Ximena lo miró, inmóvil.


—¿Me sigues a mí… o al recuerdo de él?


El gato cerró los ojos.


Ximena bebió un sorbo de vino.


Se sentó frente a la máquina.


Y comenzó a escribir.


> “Hay hombres que no mueren del todo. Algunos quedan atrapados en sus propias máscaras. Otros se disuelven en la carne de quienes los enfrentaron. Y unos pocos... se transforman en leyenda.”


> “Yo lo maté con ayuda. Pero parte de él… aún ronronea.”


FIN



Nota del autor:


Como fan empedernido del cine de serie B, de sus excesos, su estética deslavada y su imaginación sin freno, esta novela es mi homenaje descarado pero sentido a ese barato y probablemente olvidado filme mexicano con sabor y actores cosmopolitas titulado La noche de los mil gatos (The Night of the Thousand Cats, 1972). Un título que retumba en mi cabeza desde que lo vi en los 2000s en un canal local de TV... una medianoche.


Con El Verano de los Gatos Rojos sigo el hilo de este blog de historias pulp que inicié con más entusiasmo que técnica, con la alucinante y algo torpe duología compuesta por Asfalto Ardiente y Arena Roja y que las próximas semanas se convierte en trilogía con Arena Roja: Infierno Azul. Ese experimento, más o menos caótico pero honesto, abrió el camino a esta nueva entrega, más pulida, mejor estructurada, y quizá más madura sin perder el salvajismo narrativo que me gusta pensar que me define.


Sí, lo sé, si viste esa pelicula esta novela corta parece una copia de La noche de los mil gatos. Pero no lo es. O no del todo. Es un homenaje hecho con corazón, con admiración auténtica y con los ecos de esas películas que mezclaban terror, erotismo, ruina, lujo y delirio sin pedir perdón a nadie. Lo escribí con la pasión de quien recuerda lo que otros ya olvidaron. Lo hice mientras un par de gatos reales, vivos y callejeros, se paseaban por mi patio y mi techo, ronroneando en una noche cualquiera de sábado a mediados de este año 2025... justo a la medianoche.


Dirk Kelly

San Salvador, El Salvador

Septiembre 13, 2025.



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