Arena Roja - Capítulo 8.




Arena Roja.

                     Por: Dirk Kelly.


Capítulo 8 .



...La Indra Doppelganger tenía los ojos como vidrio ahumado y caminaba con una precisión quirúrgica.


El Adrián falso sonreía sin pestañear, y en su espalda, una cicatriz en forma de espina dorsal palpitaba, como si algo dentro aún creciera.


—No estamos solos— dijo el Adrián réplica.


La réplica de Indra levantó la vista.


En el espejo del baño, otro rostro se formaba.


Uno nuevo.


Chloe.


Pero con la boca cocida con hilos negros.



De vuelta a la playa en La Sirena y El Diablo...


Adrián terminó de atar el vendaje del costado de Indra, después de que ella se golpeara entrenando en la playa.


Estaban solos en la habitación 7, con la persiana medio bajada y un viejo ventilador girando lento.


—Tú sabes que no todo de lo que viste allá arriba en el bosque fue un sueño,” le dijo Adrián en voz baja.


Indra asintió, sudorosa, con una camiseta vieja de él pegada a su cuerpo, sin sostén debajo, y dijo:


—Dirk quiere algo más. No es venganza por el pasado. Es… posesión.


La puerta se abrió de pronto.


Dirk, con una camisa negra abierta, sin anunciarse.


Llevaba una rosa seca en la mano.


—¿Interrumpo?


Su tono era educado. Pero su mirada iba directo al abdomen vendado de Indra… y al torso sudado de Adrián.


Adrián se levantó, tenso.


—¿Qué carajo quieres?


Dirk le sonrió.


—Venía a dejarle esto a Indra. Recuerdo su gusto por las flores muertas.


Indra no se movió. Pero sus ojos ardían.


—¿Te acuerdas de más cosas de la high school, Dirk?


—Todo. Especialmente de cuando te creías invencible… y me hiciste invisible.


Silencio.


Dirk colocó la flor en el buró, la rozó con los dedos, y caminó hacia la salida.


Antes de cruzar la puerta, dijo sin voltear:


—No todas las réplicas o Doppelgangers están vacíos. Algunos sienten. Y desean.


Y entonces se fue.



Zaza y Cassian habían salido esa mañana rumbo a la cabaña del bosque, sin avisar.


Condujeron hasta que el desierto se convirtió en matorrales, y el aire volvió a oler a pino y hueso viejo.


Al llegar, algo los esperaba.


No un ser.


Un eco.


Las voces de Chloe, Adrián e Indra flotaban en el aire como si el pasado se estuviera repitiendo, pero torcido.


Cassian grababa, mientras Zaza recogía un mechón de pelo negro clavado en la puerta de la cabaña.


Dentro, encontraron una pintura en la pared: cuatro cuerpos, dos reales, dos vacíos.


Uno de los vacíos tenía un corazón pintado con sangre.


Era Adrián.


Zaza murmuró:


—Dirk no quiere venganza. Quiere sustituirlos.



Chloe caminaba sola por el pasillo del motel. Vestía una bata de satén rojo que se abría apenas a cada paso.


Su mente estaba fracturada.


Sabía que algo de ella había sido suplantado.


Y que Dirk lo sabía.


Lo encontró esperándola en la cabaña del faro, con una copa de vino tinto y una música vieja de jazz francés sonando bajo.


—¿Por qué siempre es a ti a quien encuentro? preguntó Chloe, con voz quebrada.


Dirk se acercó, sin prisa.


—Porque eres la única que escucha cuando el eco llama. Y además... ¿Si vienes por acá a quién más piensas encontrarte? Haz venido directamente del motel para acá, querida mía... Necesitabas encontrarme.


Él la tomó del mentón. Ella no se apartó.


—¿Qué quieres de mí?


—Solo lo que ya tienes adentro. Tu sombra.


Y entonces la besó en la boca. 


Lento.


Oscuro.


Suave.


Con una dulzura que sabía a veneno.


Cuando se separaron, Chloe dijo apenas:


—¿Y si ya no soy yo?


Dirk sonrió.


—Entonces, ya ganamos.



La marea retrocedía.


En la arena, el rostro de Chloe ya no estaba.


En su lugar… había un brazo entero, con un tatuaje de serpiente.


Era el brazo de Indra.


Pero Indra estaba en la habitación 7.


Adrián se levantó de golpe al escucharla gritar desde el baño.


Entró y vio su reflejo desangrándose en el espejo.


Pero ella estaba bien.


Al menos, la que estaba allí con él.



Más tarde... Ese día... Al anochecer.


Las paredes de la habitación 7 sudaban humedad bajo la tenue luz rojiza del letrero de neón que titilaba fuera.


El ventilador de techo giraba lento, como si cada vuelta susurrara nombres prohibidos.


Adrián estaba recostado en la cama, descalzo, con un pantalón de mezclilla oscuro sin camisa.


Su cuerpo dorado por el sol mostraba cicatrices viejas y tatuajes que apenas se insinuaban bajo la piel bronceada.


La ventana mal cerrada dejaba entrar olor a sal, a polvo… y a algo más. Algo metálico. Como sangre seca.


Indra salía del baño con una bata corta de satén negro, abierta, dejando ver su ropa interior de encaje color marfil.


Su cabello oscuro estaba suelto, húmedo, con gotas cayéndole por el cuello.


—No ha dormido bien —, dijo ella mirando hacia Chloe, que estaba sentada en la orilla de la cama, mirando al suelo.


Chloe llevaba un camisón vintage de algodón blanco con encaje gastado. Se le pegaba al cuerpo por el sudor nocturno.


Descalza, el esmalte rojo en sus uñas de los pies contrastaba con la alfombra vieja y polvorienta.


—¿Qué pasa, Chloe?— preguntó Adrián, sentándose a su lado.


—Desde anoche… estás como si ya no estuvieras aquí.


Ella levantó la vista hacía él.


Sus ojos tenían una mirada perdida pero también estaban llenos de deseo. Y también de miedo.


—Estuve con él. Con Dirk. En la cabaña del faro. Esta mañana.


—¿Qué hizo?


—Nada… y todo. Me dijo que ya no soy yo. Pero sé que aún los amo. A los dos. Y aún los deseo.


Silencio.


Indra caminó hasta ella, lenta, como un depredador felino.


Se arrodilló frente a Chloe y puso sus manos en sus muslos.


—Demuéstralo— susurró.


Chloe se inclinó y la besó en la boca.


La tensión se volvió un hilo rojo y caliente en el aire.


Adrián se unió a ellas. Se acercó por detrás de Chloe, acariciándole el cuello, mientras la besaba suavemente en la nuca.


Su voz de rockero era baja, temblorosa:


—No importa lo que esté pasando allá afuera. Aquí… aún eres nuestra— dijo jadeante.


Indra deslizó la bata de Chloe hasta dejarla desnuda, y la recostó entre los dos.


Sus manos recorrieron su vientre y muslos, mientras Adrián le tomaba el rostro a Chloe y le murmuraba palabras sucias y dulces al oído.


Los tres cuerpos se entrelazaron sobre la cama de sábanas gastadas.


Adrián debajo de Chloe y ésta en medio y de frente a la avasallante Indra.


El neón rojo de afuera pintaba sus pieles con tonos carmesí, como si el motel respirara con ellos.


Por un momento, no hubo eco.


Ni réplicas.


Ni Dirk.


Ni cabañas.


Ni faro.


Solo ellos.


Deseo puro, salvaje, honesto y desesperado.


Pero en el techo…


…empezaron a aparecer grietas.


Y por una de ellas, algo negro se filtró.


Como aceite.


Como lodo vivo.


Goteó sobre el colchón.


Una gota.


Otra.


Indra fue la primera en notarlo. Se sentó de golpe, con el sudor brillando en sus clavículas.


—No estamos solos— dijo alterada aunque al borde del climax sexual.


Adrián se levantó y tomó su cuchillo de caza de debajo de la almohada.


Chloe, envuelta en una sábana, caminó hacia el espejo.


Ahí… vio su reflejo.


Pero la Chloe del espejo no tenía boca.


Solo piel lisa.


Y detrás de ella… una figura desnuda y envuelta en cadenas brillantes de acero inoxidable.


Dirk.


Con los ojos cosidos… y una sonrisa eterna.



Continuará...




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