Arena Roja.
Por: Dirk Kelly.
Capítulo 10.
El faro estaba encendido.
Un haz espectral cortaba la madrugada como una cuchilla ciega. El aire olía a sal, óxido… y algo más. Algo ancestral. Arena mojada y sangre tibia. Era el olor de lo prohibido, lo no dicho, lo que habita entre el insomnio y el pecado.
Cassian fue el primero en alzar la mirada. El rostro tenso, plateado por la luz intermitente del faro. Zaza caminaba a su lado, su vestido negro pegado a la piel por el sudor, el cabello deshecho como una santa impía recién nacida de una orgía de fuego. Detrás, Ramona y Colt llevaban linternas y pistolas, el rostro curtido por la duda. Y al frente, Chloe, Indra y Adrián —el trío que se tambaleó en el abismo— caminaban cubiertos de tierra, sal y furia fresca. Entraban al dominio de Dirk por última vez.
La cabaña junto al faro ya no era un lugar: era una herida abierta.
Espejos astillados colgaban del techo como péndulos. En las paredes, símbolos grabados con clavos viejos y sangre reseca. Sábanas de cuero colgaban como piel de bestias muertas. Todo parecía respirar, como si algo aún viviera entre las sombras.
Sobre una de las paredes, una máscara con el rostro de Indra… pero distorsionado: labios cosidos, ojos con espinas en lugar de pupilas.
No hablaban. No se atrevían.
Adrián llevaba el torso desnudo, una cruz de roble atada al cuello. Chloe temblaba, pero no de miedo: de rabia contenida, de memorias ardiendo. Indra sostenía un cuchillo envuelto en seda negra. Cada paso que daban, la oscuridad retrocedía… y al mismo tiempo se reía.
—Lo enterramos. Lo dejamos sin vida —dijo Adrián, recordando pero sin mirar atrás.
Cassian rompió el silencio.
—Ese espejo —señaló uno ovalado, enmarcado en hueso y piel humana—. Es el portal del Eco. No lo rompieron. Solo lo taparon.
Zaza se acercó. Sus guantes de encaje rozaron el cristal, que sudaba algo oscuro, como tinta caliente. Vio reflejos múltiples de sí misma… pero en algunos, no era ella. En uno, sonreía con dientes afilados. En otro, le faltaban los ojos.
—Dirk no lo creó —murmuró Zaza—. Solo lo dejó entrar.
—Y el Eco, como un dios burlón, aceptó la invitación— dijo Cassian volteando a ver a todos—pero ahora Dirk tiene el poder de regenerarse... de resucitar... algo que le ha otorgado el Eco. Aunque lo matemos volverá. Solo podremos vencerlo, disminuirlo, no aniquilarlo— concluyó tenso.
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En la cima del faro, un sonido metálico se deslizó.
Dirk, casi completamente desnudo salvo por una tanga de cuero, botas industriales de cuero y un abrigo negro que se abría como las alas de un ángel demente, los observaba desde las ventanas rotas. El viento lo golpeaba sin piedad. No le importaba.
—El amor —susurró— es la única droga que no tolero. Pero me fascina verlos caer en él.
Su cuerpo seguía marcado por cicatrices profundas. Las costillas aún mostraban el golpe de Chloe. El cuello, la mordida salvaje de Indra. La mandíbula, rota a golpes por Adrián.
Y sin embargo… seguía ahí. Vivo. O lo que sea que quedaba de él.
—El Eco me eligió —dijo. No a ellos. A sí mismo. Como un rezo. Como una amenaza.
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El enfrentamiento fue brutal. Casi mitológico.
Dirk surgió entre los espejos, duplicado y multiplicado. No era él… era todos ellos.
El Eco había tomado forma. Era un carnaval de horrores íntimos.
Chloe se enfrentó a una versión de sí misma que lloraba en silencio, el cuerpo cubierto de cicatrices autoimpuestas, el maquillaje corrido. Y su expresion sonriente.
Indra se topó con una doble sumisa, arrodillada, con los ojos en blanco, repitiendo “lo merezco” una y otra vez.
Adrián luchó contra una versión suya vestida de sacerdote, cruz ensangrentada, labios sellados. El peso de culpas antiguas. El látigo que le enseñó a amar y odiar a la vez.
Cassian y Zaza no pelearon. Quemaron.
El portal fue sellado con fuego y sal.
Las replicas desaparecieron. Solo Dirk quedó, vencido y adolorido caminando practicamente desnudo hacia la base del faro, el cuerpo temblando y perlado de sudor, la lengua sedienta rozando sus rojos labios
Pero con una sonrisa impía.
—Vuelvan a amarse —susurró, escupiendo sangre—. Dense su ridículo paraíso —dijo con desdén.
Yo ya sembré lo suficiente.
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Esa noche, en la habitación 7 del motel La Sirena y El Diablo, celebraron como solo los sobrevivientes celebran: con sexo, sudor y liturgia.
El aire olía a cuero, tabaco dulce y calma de playa.
Chloe llevaba un corsé de encaje rojo y liguero de vinil. Indra, botas hasta los muslos, guantes largos, una máscara transparente que dejaba ver solo su lengua. Adrián, con pantalones de cuero ajustado, esposas colgando del cinturón, y la cruz tatuada en el pecho.
El deseo entre los tres no era carnal. Era ritual.
Chloe entre las piernas de Indra. Adrián susurrando en español, guiando los cuerpos como un sacerdote oscuro. Indra mordiendo los labios de ambos, dejando marcas de puro placer.
El amor, entre jadeos y mordidas, fue también un conjuro.
Un acto de guerra contra lo invisible.
Nadie lo dijo. Pero los tres lo sabían:
Estaban fornicando sobre las ruinas del infierno.
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Al amanecer, partieron.
El Mustang rojo rugía como un demonio liberado sobre la autopista costera. Indra al volante. Feliz. Chloe al lado. Pensativa.
Paranoid de Black Sabbath sonaba en las bocinas del Mustang. Radio Bestia —una emisora en línea desde El Salvador— sonaba cortesia de Chloe y Adrián (ellos conocian a uno de los locutores).
Y la Ducati negra cortaba el viento como una bala bendita. Adrián fiero. Satisfecho.
Ramona y Colt, desde la recepción del motel, los vieron alejarse.
—¿Tú crees que de verdad derrotaron a Dirk esta vez? —preguntó Colt, encendiendo un cigarro barato.
—No lo sé —dijo Ramona, su mirada fija en el horizonte—. Pero si yo fuera el Diablo… me iría donde van ellos.
Un autobús lleno de turistas bajó al muelle.
Risas.
Fotos.
Selfies.
Ignorancia bendita.
Una niña señaló el faro.
—Mamá, hay alguien allá arriba —dijo.
Y sí… desde la cúspide del faro, Dirk observaba.
El cuerpo marcado con algunos moretones, la tanga de cuero brillando con la primera luz.
Los ojos… llenos de promesas futuras.
—¡Siempre hay nuevos huéspedes —susurró con una sonrisa monstruosa—...y la arena… la arena sigue roja!
FIN
Hay más de Arena Roja y Asfalto Ardiente en la tercera parte de esta trilogía... Arena Roja: Infierno Azul. Pero antes...
El otro sabado en Pulp Mix...
Mucho antes de que Adrián Barton, Chloe Seyfried e Indra Mathers enfrentaran a Dirk Callahan, a las replicas y al Eco…
Hubo otro infierno.
Acapulco, 1971. El sol brilla sobre cuerpos dorados, cócteles exóticos y secretos enterrados en mansiones frente al mar. Odín del Solar, un hombre tan encantador como letal, sobrevuela la costa en su helicóptero plateado, seduciendo mujeres ricas y extranjeras… antes de convertirlas en alimento para sus gatos de pelaje rojizo.
Ximena Téllez, periodista mexicana y futura tía de Adrián Barton , se infiltrará en su mundo de lujo, deseo y muerte. Lo que descubrirá… no podrá olvidarlo jamás.
El Verano de los Gatos Rojos… Una historia de sangre, seducción y felinos hambrientos. El pasado también tiene colmillos.
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