Arena Roja - Capítulo 6.

 




Arena Roja.

                     Por: Dirk Kelly.


 Capítulo 6.


La luz del mediodía caía oblicua sobre el desierto, haciendo que cada sombra pareciera más definida, más real de lo que debía ser.


Zaza llevaba un sombrero ancho estilo western, gafas oscuras y una chaqueta de cuero blanca sin mangas sobre un vestido negro de encaje. Caminaba junto a Cassian por detrás del motel, donde una antigua estación de servicio abandonada yacía oxidada entre cactus.


—¿Notas lo mismo que yo? —dijo Zaza en voz baja, removiendo la tierra con la punta de una bota de tacón plateado.


Cassian, con su usual elegancia informal —camisa de lino abierta, pantalón entallado beige y una bufanda delgada colgando como un trapo de seda olvidado—, miraba con atención un trozo de espejo medio enterrado.


—Sí. Dirk… no deja huellas. Ni en la tierra, ni en el tiempo.


Zaza se agachó, tocando el marco oxidado del espejo. Algo vibró en el aire. Un zumbido imperceptible, como si la realidad tuviera una interferencia.


—Cuando lo vi anoche… su reflejo no pestañeó cuando él sí lo hizo.


Cassian sacó un pequeño cuaderno y lo hojeó. Las páginas estaban llenas de dibujos: círculos, ojos, duplicados.


—Creo que Dirk nunca salió del bosque del todo. O peor: algo más salió con él.


—Y si Chloe está bajo su influencia, vamos a tener un problema —dijo Zaza, sus labios apretados—. El eco busca portales humanos. Y ella… tiene grietas.


___


Mientras tanto...


En una pequeña habitación del motel, con las cortinas cerradas y el ventilador girando lento, Adrián e Indra estaban sentados frente a Colt y Ramona. Sobre la mesa, un plano antiguo de la región, con marcas de tiza y símbolos arcanos.


Indra estaba inquieta. Llevaba una camiseta ajustada negra sin mangas, jeans rotos y el cabello recogido en una trenza apretada. Adrián, con una camiseta blanca, chaqueta de cuero y su mirada intensa, mantenía una mano sobre la suya, firme.


—Háblennos claro —dijo Adrián—. ¿Quiénes son Cassian y Zaza… realmente?


Colt cruzó los brazos, serio. Ramona encendió una vela y bajó la voz.


—No son lo que parecen. Ni del todo humanos, ni del todo otra cosa. Los llamamos “Custodios de la Frontera”.


—¿Frontera entre qué? —preguntó Indra.


—Entre lo que somos… y lo que pudimos ser —dijo Ramona, mirando la vela. La llama osciló, proyectando una sombra doble detrás de ella.


—Cassian y Zaza vigilan los ecos. Pueden leer el desbalance. Y ahora están aquí porque el eco más fuerte de esta región ha tomado forma otra vez. Su nombre es… Dirk.


Adrián apretó la mandíbula.


—Entonces esto es personal. No solo paranormal.


Ramona asintió.


—Muy personal. Porque para que un eco se vuelva carne, alguien tiene que dejarlo entrar.


Esa noche, Chloe volvió a soñar.
O quizá no era un sueño.


Estaba de pie frente al espejo del baño del motel. Se miraba.
Pero su reflejo… no tenía cicatriz en la ceja izquierda.  Ella sí.


La imagen en el espejo le sonrió con malicia. Y detrás, Dirk, desnudo, la abrazaba con una suavidad malsana.


—No eres tú la que duda —le susurró el reflejo—. Soy yo… y yo ya decidí.


___



La noche caía sobre la costa como una manta mal tejida, dejando entrever jirones de luz morada y viento salado. La silueta del faro se alzaba en la distancia, negro contra el cielo color sangre diluida. La playa era tan solitaria que parecía fuera del tiempo… o dentro de otro.


Zaza y Cassian observaban a Dirk desde lo alto de una duna erosionada. La camioneta del psicópata estaba estacionada frente a la antigua cabaña del faro, el mismo lugar donde apenas unos pocos días atrás se había manifestado el duplicado de Indra.


Zaza sacó un pequeño dispositivo artesanal: una brújula modificada con cristales de obsidiana. La aguja giraba erráticamente.


—El eco se agita cuando él está cerca —susurró, con sus ojos delineados como navajas.


Cassian miró a través de unos binoculares. En su libreta, garabateó rápidamente:


> “La arena vibra. Como si algo enterrado quisiera salir. O entrar.”


—No es solo Dirk —murmuró—. Es lo que lo acompaña.


—¿El eco? —preguntó Zaza.


Cassian negó.


—El eco… es solo la puerta. Hay algo más allá del marco.


Chloe caminaba por la costa, los pies descalzos, el vestido de algodón rojo ondeando como una llama en la brisa húmeda. La cabaña del faro estaba iluminada por una lámpara de gas en su interior. Estaba segura de que nadie debía estar allí… y sin embargo, una voz la había llamado. En sueños. En susurros.


Al abrir la puerta, lo encontró: Dirk.


Con una camisa blanca arremangada, pantalones oscuros y el cabello mojado, parecía una visión de otro siglo. Se sirvió un whisky, sin mirarla.


—¿Sabías que este faro fue construido sobre huesos? —preguntó.


—¿Por qué me llamaste aquí?


—Porque eres la única que aún escucha —dijo él, girando apenas la cabeza. Su mirada la recorrió como si pudiera verla por dentro—. Ellos te quieren distraída. Quieren que seas parte de su pequeña familia mutante. Pero tú… tienes dudas.


—No confío en ti —dijo Chloe, aunque sus palabras temblaron.


—Lo sé —respondió Dirk, acercándose—. Por eso me necesitas.


La tensión era espesa. Cuando él rozó su mejilla con los dedos, la piel de ella se erizó… entre miedo y deseo.


—¿Qué es el eco, Dirk?


Él sonrió. Mentía con estilo.


—Un fenómeno. Como un déjà vu en carne. Nada más. Nada que temer… si te entregas.


Chloe sintió que el piso crujía. No por peso, sino por algo debajo. Algo vivo. La lámpara parpadeó. La sombra de Dirk se duplicó en la pared… y una de las dos sombras se giró sola hacia ella.


Mientras tanto, Cassian y Zaza seguían la vibración con su dispositivo hasta una zona más cercana al mar, donde la arena era más fina. Algo los detuvo.


—¿Lo sientes? —preguntó Zaza.


—Sí. Algo debajo.


Cassian se arrodilló. Con los dedos, empezó a escarbar. La arena estaba más caliente de lo normal. Al tocar algo duro, se detuvo. No era piedra.


Zaza se unió, ayudándolo a apartar más arena. Apareció un fragmento de cráneo humano… y debajo, algo aún más antinatural: un rostro idéntico al de Dirk. Pero con la boca cocida con alambre oxidado.


Cassian cayó hacia atrás, ahogado por una imagen mental brutal. Un recuerdo que no era suyo: sangre sobre tablas, gritos en un idioma muerto… Dirk riendo.


Zaza soltó un grito ahogado.
El rostro bajo la arena abrió los ojos.


En ese mismo instante, en el motel, Indra salió de la ducha envuelta en una toalla. Adrián estaba en la cama, limpiando su pistola y escuchando un tema de rock suave en portugués.


Ella se sentó a su lado.


—¿Estás bien?


Adrián asintió, pero no dijo nada. Había tenido una pesadilla: un mar de espejos, todos reflejando versiones de sí mismo… menos una. Esa lo miraba directamente.


Indra tocó su rostro con ternura.
—El faro está llamando, ¿verdad?


Él la miró.


—No solo eso. Siento… que la arena ya eligió a su víctima.


Ambos se quedaron en silencio mientras la música seguía sonando.


En el faro, Chloe huyó. Salió corriendo de la cabaña, pero al llegar a la playa, el mar estaba rojo. No por el reflejo del cielo… sino porque la arena en la orilla sangraba. Literalmente.


Del suelo surgía un líquido espeso, oscuro. Como si el mundo respirara por una herida.


Zaza y Cassian llegaron justo entonces, cubiertos de arena y horror.


—¡Chloe! —gritó Zaza.


Pero Chloe se quedó quieta, mirando al horizonte.  Dirk estaba detrás de ella… pero su sombra se estiraba hacia el mar como una garra.


Cassian sacó su cuaderno. Lo único que pudo escribir fue:


> "La arena ya no duerme. El faro no olvida. Y el eco… ahora canta."



Continuará...



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