Arena Roja.
Capitulo 5.
La electricidad había vuelto de forma intermitente. En la habitación contigua al mapa y al conjuro, el ambiente era cálido por las velas. Afuera, la noche era un caldo espeso de grillos y amenazas.
Indra se sentó en el borde de la cama, quitándose las botas con gestos precisos. Llevaba una camiseta de tirantes gris y pantalones ajustados. Adrián, en el marco de la puerta, se quedó mirándola. Llevaba una camiseta blanca que le marcaba el torso y una cadena con la medalla de San Miguel que colgaba sobre su pecho latino tatuado con símbolos mayas y brasileños entrelazados.
—¿Qué pasa, Barton? ¿Te asusta el reflejo que viste?
Adrián entró y cerró la puerta. El cuarto se llenó de silencio espeso.
—Me asusta no saber si soy el original —dijo, con una honestidad que lo sorprendió a sí mismo—. Me asusta que tú tampoco lo seas.
Indra lo miró, seria. Luego se recostó hacia atrás, apoyando la cabeza en las manos.
—¿Y si no lo somos? ¿Y si todos somos copias andando con recuerdos prestados?
—Entonces… —dijo él, sentándose a su lado— vamos a hacer que esta versión de nosotros lo valga.
Ella giró para mirarlo. Una pausa. Luego sonrió de medio lado.
—Siempre sabes qué decir.
El calor entre ellos era tangible. Las cicatrices en el cuerpo de Adrián eran visibles bajo la tenue luz de la vela. Indra extendió una mano y rozó una que le cruzaba la cadera.
—¿Dónde fue esa?
—Una pelea en Ciudad Juárez. Un narco con cuchillo. Me salvó un mecánico. Murió una semana después.
Ella bajó la mano por su costado.
—¿Y esta?
—Eso fue un escape en São Paulo. Callejón sin salida. Tuve que saltar por una ventana y caer sobre un coche en movimiento.
Indra se inclinó y lo besó ahí, sobre la herida.
—Yo también tengo marcas.
Se quitó lentamente la camiseta. Mostró una cicatriz cerca del omóplato.
—Un balazo. Lo detuvo mi libro de filosofía. No me preguntes por qué lo cargaba.
Adrián rió bajo.
—¿Te salvó Nietzsche?
—Kierkegaard. Irónico, ¿no?
Se miraron. Y en ese silencio sin preguntas, se acercaron. Los labios se encontraron sin urgencia, pero con una furia silenciosa, como si se dijeran “si somos duplicados, que al menos lo sepa tu piel.”
Se acostaron sin desvestirse por completo. El roce de la ropa hacía más real la conexión. La mano de Adrián en el cuello de Indra, la de ella en la nuca de él, uñas marcando terreno. Fue intenso, sin palabras, como una tregua desesperada en medio de un campo minado.
Después, Indra se acomodó en su pecho. Él acariciaba su espalda despacio.
—¿Crees que Dirk alguna vez sintió algo por ti? —preguntó Adrián.
Ella pensó un segundo. Su voz fue un cuchillo bajo la lengua.
—Sí. Pero para gente como él, el amor es otra forma de control.
Silencio.
—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿Qué buscas?
Él la besó en la frente.
—Libertad. Pero contigo… y con Chloe... quizás también algo que dure más que esta noche.
Indra cerró los ojos. Afuera, el viento sonaba como si alguien lo respirara desde otra dimensión.
Y entonces, el espejo del baño volvió a temblar.
El resto del grupo siguio reunido en la sala del motel hasta casi la medianoche.
La calma total llego... por el momento.
___
La madrugada colgaba como un velo mojado sobre el desierto. Dentro del viejo motel, los pasillos eran estrechos y olían a madera, humedad… y algo más que Chloe no podía identificar.
Chloe se levantó en silencio. No podía dormir. Las palabras de Ramona, las miradas crípticas de Zaza, los símbolos extraños sobre el mapa... todo flotaba como una canción sin final. Se puso su bata vintage de seda color melón, con bordados de pájaros, y caminó descalza hasta el pasillo, sosteniendo un cigarrillo sin encender en una mano y en la otra un candelabro para una sola vela. Indra y Adrián quedaron en la cama plácidamente dormidos.
Y ahí estaba él.
Apoyado contra la pared, al final del pasillo, con una copa en la mano y la camisa negra desabotonada hasta el pecho. Dirk. Su cabello rubio estaba perfectamente despeinado, y sus ojos verdes brillaban con la luz de la luna como si supieran un secreto.
Chloe se acercó. El ambiente nocturno se sentía relajado.
—¿No podías dormir? —preguntó él, con una voz tan dulce como el veneno caro.
—No me gusta lo que estamos soñando últimamente —respondió ella.
Dirk sonrió, lento.
—A veces, las pesadillas son solo recuerdos con mala prensa.
Se le acercó. No demasiado. Solo lo suficiente para que ella sintiera su presencia como un perfume oscuro. Chloe sintió cómo su cuerpo respondía al peligro. Un cosquilleo conocido: mezcla de deseo y alarma.
—¿Y tú qué haces aquí solo? ¿No se supone que eres… el monstruo del cuento?
Dirk se rió con verdadero deleite. Era una risa sincera, irónica, casi contagiosa.
—El cuento es viejo. Y los monstruos ya no usan colmillos. Usan profecías, símbolos y palabras como “destino”. Ramona, Colt, esa parejita Tarantino que apareció de la nada… —dirigió los ojos hacia ella, intensos—. ¿De verdad confías en ellos?
Chloe no contestó de inmediato. Miró por la ventana el reflejo de la luna sobre la arena.
—No confío en nadie del todo. Pero hasta ahora, ellos me han protegido.
—¿Protegerte de qué? —susurró Dirk—. ¿De la criatura?
La miró con los ojos entrecerrados, como si le estuviera contando un secreto íntimo.
—No te han dicho lo que es, ¿verdad?
Chloe lo miró de reojo. Su voz salió baja.
—No. Solo hablan en acertijos. “Ecos”, “duplicados”, “energía”. ¿Qué es?
Dirk se acercó un poco más, bajando la voz, íntimo.
—Es un error. Una anomalía nacida del miedo y la culpa. Lo crearon ellos, sin saberlo. Un hechizo que salió mal hace más de treinta años. No me lo vas a creer, pero era parte de una comunidad hippie experimental en la zona, sí y en los 90s… Colt era el líder. Ramona su amante. Zaza y Cassian eran niños entonces. El experimento salió mal. Y lo que nació… fue eso.
Chloe tragó saliva. Su instinto le decía que algo era mentira. Pero su cuerpo le decía otra cosa.
—¿Y tú? ¿Qué quieres?
Dirk la miró como si la desnudara sin tocarla.
—Quiero que sobrevivas. Que decidas por ti misma. Que no seas otra muñeca en el tablero de ellos. Tienes más poder del que crees, Chloe. Tú eres una chispa. Y ellos quieren usar esa chispa para algo que te va a consumir.
Le tomó la mano con delicadeza. Su contacto era frío, pero elegante. Seductor. Ella no la retiró… todavía.
—Y acá entre nosotros —susurró él, acercándose a su oído—, tú siempre has sido más que “la dulce amiga de Indra”. ¿No lo sabes?
Chloe cerró los ojos un segundo. La cabeza le daba vueltas. Todo en Dirk era peligro y placer. Una serpiente con voz de poeta.
—¿Y si estás mintiendo?— preguntó ella.
Dirk sonrió con ternura falsa.
—Entonces tendrás una excusa perfecta para odiarme… después.
Se alejó sin decir más. Chloe quedó sola. Su mano temblaba levemente. La vela parpadeó… y por un segundo, su reflejo en el vidrio no le devolvió la mirada.
—
Al amanecer en la playa...
El aire salado del amanecer le acariciaba la piel como un amante arrepentido. Chloe caminaba sola por la playa, sus pies descalzos hundiéndose levemente en la arena húmeda, la bata retro de encaje crema flotando a su alrededor como un fantasma elegante.
Pensaba en Dirk.
En cómo su voz le quedaba pegada por dentro como un perfume maldito pero delicioso.
Pensaba en Indra y Adrián, y en cómo los había amado primero por separado y luego juntos, como si hubieran sido diseñados para abrazarla desde ambos lados del alma.
Y pensaba en su exnovio, Logan, con sus reglas, sus horarios, sus excusas.
Decía que ella era “muy emocional”, como si eso fuera un defecto.
Pero Dirk… Dirk la miraba como si sus emociones fueran pólvora, y él adorara el fuego.
“¿Y si él tiene razón?”, pensó, tragando saliva mientras el sol apenas tocaba el horizonte.
¿Y si los demás la estaban usando? ¿Y si esa criatura en el bosque —ese eco— era más que una sombra?
Habían visto cosas en ese bosque.
Reflejos que no coincidían.
Sombras que los imitaban.
La risa de alguien… de Dirk que supuestamente había muerto.
Y Dirk sabía demasiado. Sobre el eco, sobre el experimento. Sobre ella.
“¿Y si no soy la única Chloe?”, se dijo. ¿Y si alguna otra versión mía sigue allá, atrapada entre árboles, esperando volver?”
Un escalofrío le cruzó la espalda. Se abrazó a sí misma, justo cuando la voz de Ramona rompió el silencio como una campana suave y peligrosa.
—Bonito lugar para dudar de todo —dijo, de pie detrás de ella. Su vestido largo de lino ondeaba en el viento. El cabello suelto le cubría la cara en parte. Ojos duros. Voz mansa.
Chloe respiró hondo. No se giró.
—¿Dirk te dijo algo? —preguntó Ramona con una tranquilidad asesina.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque lo conozco. Y tú estás temblando, pero no de frío.
Chloe se volvió lentamente. Tenía los ojos húmedos.
—¿Qué es ese eco en el bosque, Ramona? ¿Qué es lo que realmente vimos allá?
Ramona caminó hacia ella y se agachó para tocar el agua. Su reflejo se distorsionó, como si el mar no la reconociera.
—Lo llaman El Duplicado. Pero no es una cosa. Es una decisión no tomada. Es una versión tuya —o mía— que no se realizó, y por eso grita. Ese eco en el bosque… es hambre. De identidad. De cuerpo. De tiempo.
Chloe tragó saliva. El viento cambió. Las olas golpearon con más fuerza.
—¿Y Dirk?
Ramona la miró directamente.
—Él fue el primero que logró hablar con su eco… y hacerlo obedecer.
Silencio.
Chloe retrocedió un paso. De pronto, todo el cuerpo le ardía, como si su piel supiera lo que su corazón aún dudaba.
—¿Quieres saber cómo lo hizo? —preguntó Ramona, levantándose—. Se dejó devorar un poco. Y se volvió más… que humano.
Chloe se estremeció. Recordó el tacto de Dirk. Su aliento cerca del cuello. Su voz en su oído diciendo “Tú eres una chispa”.
—No quiero ser una chispa en su incendio —susurró.
Ramona sonrió con tristeza. Le puso una mano en el rostro, con ternura.
—Entonces no lo mires a los ojos otra vez, Chloe. Porque si lo haces… puede que no seas tú la próxima vez que parpadees.
De lejos, en los ventanales de lo alto del faro, Dirk las observaba con una sonrisa. Vestido con una bata granate de terciopelo, tomando en una copa un vino fino.
—Tantas Chloes, tantas Indras, tan poco tiempo… —susurró.
Detrás de él, un espejo de cuerpo entero se empañaba solo. Y su reflejo… no coincidía con sus movimientos.
Continuará...
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