"Asfalto Ardiente"
CAPITULO 2.
La Ducati rugía por los caminos de grava entre los pinos oscuros, en una región sin nombre de Arizona. Los árboles cerraban el cielo como una jaula de sombras, y la niebla empezaba a descender como si algo maligno exhalara desde el suelo. Adrián iba al frente, concentrado, los nudillos blancos sobre el manillar. Chloe lo seguía en el Mustang con calcomanías, con los ojos abiertos de par en par, apretando los dientes cada vez que el viento parecía susurrar su nombre.
El bosque tenía vida propia.
Y los estaba vigilando.
Adrián sentía algo en el pecho que no era sólo adrenalina. Era furia. No sólo por Indra, sino por todo lo que ese maldito Dirk representaba. Un tipo que cazaba mujeres porque no soportaba el rechazo. Cobarde. Peligroso. Pero más que eso, era inteligente. Su huella estaba por todas partes, y al mismo tiempo en ninguna. Adrián había olido ese tipo de mal antes. Su estancia en el ejército lo había curtido para la oscuridad. Pero esta vez, era personal.
Mientras guiaba a Chloe por un camino oculto hacia la cabaña —descubierta por triangulación entre notas de Indra y una pista en un blog antiguo de supervivencia firmado “D. Callahan”—, Adrián pensaba en ella.
Indra. La única mujer que lo había mirado con igual deseo y desafío. Tan feroz como hermosa. La recordaba sentada en el borde de la cama del motel, desnuda, con una rodilla doblada y un cigarro en los labios, como una diosa de guerra griega. Él la deseaba, pero más que eso, la admiraba. Y por eso iba a salvarla.
Chloe, detrás de él en su auto, mientras tanto, se debatía entre el miedo paralizante y un deseo doloroso de venganza. La dulzura era su escudo. Era el alma luminosa del grupo, la que hacía bromas, la que buscaba estaciones de radio retro y compraba snacks para todos. Pero ahora, sentía algo oscuro germinando dentro. Cuando pensaba en Dirk, en lo que podría estarle haciendo a Indra, las manos se le cerraban solas.
A pesar del terror, también pensaba en Adrián. En cómo la sostuvo en la ducha del motel, lavando su espalda con ternura después del frenesí compartido entre los tres. En cómo la miró, como si no fuera sólo deseo. No entendía lo que sentía. Pero sabía que él era su ancla, y ella no lo dejaría ir.
Indra estaba encadenada en el sótano de la cabaña.
Había intentado seducirlo, manipularlo, amenazarlo. Nada funcionó.
—No entiendes, Indra —le susurró Dirk, mientras le acariciaba el rostro con una rama de pino seca, como si fuera una flor—. Esto es justicia poética. Me hiciste invisible. Ahora tú eres mi musa... mi historia final.
Indra no lloraba. Su mente era un arma afilada, y sus ojos, incluso hinchados, brillaban con determinación. Recordaba el rostro de Adrián, las manos de Chloe sobre su cuerpo, los suspiros en la oscuridad. Recordaba la libertad.
Y no se iba a quebrar. No por él.
Dirk, solo en su locura meticulosamente construida, se veía a sí mismo como una figura trágica. Había enterrado a sus padres en Irlanda, aprendido a sobrevivir en Sudáfrica y, al regresar a Estados Unidos con la familia de su padre para estudiar en el Instituto donde conoció a Indra había decidido convertirse en el cazador de quienes lo despreciaron.
Indra no sólo lo rechazó. Lo humilló. La primera y única mujer que lo trató como un chiste.
Y ahora la tenía. Pero no quería solo su cuerpo. Quería su alma. Quería quebrarla, convertirla en parte de su legado.
—Nos haremos eternos, tú y yo —le susurró al oído, mientras la oscuridad del sótano parecía moverse sola. La luz parpadeaba, y cada rincón de la cabaña crujía como si algo más, algo no humano, los espiara también.
La llegada de Adrián y Chloe fue silenciosa, envuelta por la niebla y el ulular de un búho lejano. Dejaron el coche oculto, caminaron por entre las raíces húmedas del bosque, con el sudor pegándoseles a la piel. La cabaña apareció entre los árboles como una estructura salida de un mal sueño: dos pisos, ventanas tapadas con tablas, un generador que vibraba con zumbido demoníaco y olor a aceite quemado.
Entraron.
Entonces encontraron las perturbadoras señales: la prenda de ropa interior de Indra, un cigarro medio consumido… y las risas. Cercanas. De hombre. Enloquecidas, suaves.
El interior era sofocante. Restos de animales, símbolos tallados en madera, fotos antiguas. Una vela encendida junto a un retrato quemado de Indra de adolescente.
Y luego un sonido.
Un lamento, apenas audible… desde abajo.
—Es ella —dijo Chloe, temblando.
Adrián asintió y desenfundó su cuchillo. Bajaron por las escaleras que crujían bajo sus pies. Cada paso era un latido. El sótano estaba envuelto en una penumbra viscosa, como si el aire se pudiera masticar.
—¿Indra? —susurró Chloe.
Y de pronto, un chillido. No de Indra.
Del propio bosque.
Un árbol cayó detrás de la cabaña. Algo se movía en la noche.
Algo que no era humano.
—¡Adrián! —la voz de Indra era fuerte, viva—. ¡Cuidado!
Dirk surgió de la sombra como un lobo, con un machete en la mano y los ojos iluminados por la locura. Adrián lo esquivó por instinto, el filo rozando su chaqueta. Chloe gritó, pero no retrocedió. En cambio, tomó un tronco medio quemado y golpeó a Dirk en la espalda.
El psicópata rugió y se abalanzó sobre ella.
Indra, libre de sus cadenas, gracias a un clavo suelto que había ido desgastando con paciencia, saltó sobre Dirk como una fiera. Gritó como una bestia herida y le hundió los dientes en el cuello.
Adrián intervino, tirando a Dirk al suelo. Lo inmovilizó. Su puño se alzó... una vez, dos, tres...
Silencio.
Sólo los jadeos y la respiración temblorosa de los tres.
Esa noche no huyeron. Se quedaron en la cabaña. Había algo primal que los unía ahora. Miedo. Coraje. Lujuria. Sobrevivientes de una oscuridad que los había transformado.
Adrián las abrazó a ambas frente al fuego que encendieron en el hogar destartalado.
Chloe lo besó primero, con la dulzura de quien necesita calor. Indra lo hizo después, con la intensidad de quien acaba de vencer a la muerte.
Y entre sombras y caricias, dejaron que el deseo los envolviera de nuevo, no como escape, sino como una afirmación salvaje de que estaban vivos.
Mientras afuera, entre los árboles, el bosque seguía respirando.
Observando.
Esperando.
FIN.
...Próximo sábado, la secuela a esta historia, una nueva aventura de calor abrazador, secretos enterrados, más tensión sexual y violencia y terror estilizados.
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