"Arena Roja"
Capítulo 1
El asfalto era una lengua de lava entre el desierto y el mar. Las ruedas de la Ducati negra de Adrián Barton devoraban la carretera mientras el sol golpeaba el mundo con furia de dios antiguo. Atrás quedaban los bosques embrujados del norte, y con ellos, la oscuridad que casi los consume. Pero lo que los esperaba en la costa... era otra clase de infierno.
Chloe, en su convertible Mustang turquesa de los 60s —restaurado con amor y la música de emisoras retro que también tocan vinilos— tarareaba una canción de Dusty Springfield, las gafas redondas reflejando el horizonte. Su vestido veraniego, sus labios cereza, su aire dulce. Todo en ella decía "hogar", incluso aquí, donde el mundo parecía un horno abandonado.
Indra no había dicho una palabra en horas. Pelo recogido, gafas oscuras, piel dorada por el sol. Impecable. Comandante de sí misma. Ella no manejaba: pilotaba. Y su camiseta sin mangas negra estaba impecablemente limpia, incluso en medio del polvo. Miraba la línea del horizonte como si la desafiara a moverse primero.
Y detrás de todo, en un vehículo robado con matrícula quemada, viajaba Dirk.
Nadie sabía que los seguía. Pensaron que había muerto.
La playa era un espejismo hecho realidad: agua celeste, dunas que se deshacían en el mar, cactus retorcidos, un faro oxidado al fondo. Pero lo que atrajo a Adrián fue el letrero medio caído:
“La Sirena y El Diablo – Motel y Bar”
—Esto grita problemas con estilo —dijo Chloe, bajándose del coche.
—O simplemente problemas —respondió Indra.
Adrián sonrió, sacándose el casco. Sudaba bajo la chaqueta de cuero, los rizos oscuros pegados a la frente. Tenía cicatrices nuevas, pero sus ojos seguían afilados como cuchillas.
Entraron al motel. El lobby era un delirio de luces de neón, ventiladores chirriantes, y un bar decorado con esqueletos vestidos de mariachi. Un cartel colgaba detrás del mostrador:
“No se aceptan maldiciones después de medianoche.”
Y fue entonces cuando entraron ellos.
Como si una puerta invisible al drama se abriera, aparecieron dos figuras que habrían robado cámara en cualquier episodio de Melrose Place:
RAMONA LECLAIR...
Treinta y algo. Pelinegra, piel dorada y mirada de estrella caída del cielo. Ex actriz de telenovelas latinas y ahora manager del motel, vestía un kimono de seda con estampados de panteras. Llevaba una pistola dorada en la liga y sabía usarla. Sus labios rojos decían “sedúceme o muere intentándolo”.
COLT MERCER...
Cuarenta, texano de nacimiento y mitad mito. Barba impecable, gafas oscuras y camisa abierta hasta el ombligo. Mezcla de vaquero místico y gigoló retirado. Dicen que una vez enterró un sheriff corrupto en un campo de golf. Dicen muchas cosas de Colt. Él no desmiente ninguna.
—¿Habitación para tres? —dijo Ramona, con una sonrisa afilada—. O... ¿cuatro?
—No, tres —respondió Adrián. Pero sus ojos no se apartaban de la pistola en la liga.
Esa noche, el viento cargaba sal y secretos. El trío se instaló en una suite con vistas al mar y a una duna que parecía esconder algo. Indra exploró cada rincón con el método de un operativo. Chloe encendió velas perfumadas. Adrián afinó su cuchillo de combate con la tranquilidad de quien espera que algo explote.
Y algo explotó.
No lejos, en las dunas, Colt Mercer cabalgaba en su cuatrimoto con un rifle viejo al hombro y un walkie-talkie donde se escuchaba algo extraño: una grabación de la voz de Indra… del bosque.
La risa de Dirk, distorsionada, la acompañaba.
Colt lo oyó extrañado aunque no se espantó... no sería la primera vez que oía o presenciaba algo tan raro.
—Esto no se acabó —murmuró Adrián, mirando al mar, desde la suite. Chloe e Indra ya descansaban.
Detrás de ellos, un espejo del baño empezó a empañarse… solo, sin vapor.
Una palabra apareció escrita como por un dedo invisible:
“REGRESEN”
Continuará...
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