Arena Roja: Infierno Azul
Por: Dirk Kelly
Capítulo 5
La linterna de Colt se apagó de golpe.
El faro los tragó en una oscuridad espesa, casi líquida.
Ramona chasqueó la lengua con fastidio, pero su voz ya no tenía la ligereza de antes.
—Este lugar nos quiere adentro. No quiere que salgamos.
El aire olía a óxido, a sal vieja y deseo contenido. Cassian y Zaza estaban cerca del espejo, sin tocarlo, pero sintiéndolo: era como si el cristal exhalara una respiración lenta, casi humana.
Chloe, Indra y Adrián permanecían hombro a hombro, formando un triángulo sensual y tenso, aún vestidos con sus prendas fetichistas. El calor del faro era asfixiante, y el sudor les pegaba la ropa al cuerpo. El torso de Adrián brillaba bajo la luz intermitente, un reflejo carnal en medio del caos. Chloe lo miraba con una mezcla de anhelo y culpa, mientras Indra, sin apartar los ojos del espejo, le rozaba la espalda con los dedos, lenta, peligrosamente lenta.
Desde el espejo, las réplicas —los falsos Adrián y Chloe— comenzaron a acariciarse entre sí como si supieran que eran observados. Sus movimientos eran hipnóticos, húmedos, perversamente sincronizados.
—¡Esto es una trampa! —dijo Zaza, retrocediendo un paso—. El espejo es un umbral. Y ellos están intentando arrastrarnos con deseo. Quieren reemplazarnos.
Dirk caminó hacia ellos desde el pie de la escalinata. Su figura emergía de la penumbra con la cadencia de un depredador satisfecho. Llevaba el pecho descubierto, el brillo del sudor mezclado con el polvo y una cadena oxidada que colgaba de su cuello. Su risa era un ronroneo bajo, venenoso.
—¿No han entendido? —dijo con suavidad—. Este faro y el de La Sirena y El Diablo fueron construidos sobre un cruce cada uno. Dos nudos entre dimensiones. Lo que hay debajo de la arena los alimenta… y ustedes están llenos de lo que necesita: lujuria, miedo, trauma, deseo. El menú completo.
La réplica de Adrián en el espejo sonrió con idéntico gesto a su original. Luego alzó un dedo y lo apoyó contra el vidrio. Un líquido negro comenzó a escurrir por la superficie, como tinta viva, como veneno. Cassian dio un paso atrás, el corazón latiéndole en las sienes.
—Esto ya no es simbolismo —murmuró—. Esto es invasión.
Ramona desenfundó su pistola. Colt la imitó, los músculos tensos, la respiración contenida. Adrián, sin dejar de mirar su doble, murmuró:
—Tenemos que romper el espejo.
Pero Chloe… Chloe dio un paso al frente, atraída como si algo invisible le jalara el alma. Su voz era un hilo tembloroso.
—Dirk… ¿quién soy yo realmente para ti? —susurró—. ¿Qué es lo que ves en mí?
Dirk no se acercó más. Su rostro seguía en sombra, pero su sonrisa se adivinaba.
—Eres la grieta más hermosa —respondió—. Eres el deseo que no puede morir, aunque el cuerpo se consuma. Tú… Chloe Seyfried… eres la frontera. El eco que aún no decide si quiere obedecer o devorar.
El tono era tan dulce que dolía.
Chloe apretó los labios, sus pupilas dilatadas, su respiración alterada. Indra la tomó del brazo con fuerza, casi con rabia.
—No lo escuches.
Pero el espejo empezó a vibrar, agrietándose desde dentro. Una fisura recorrió el cristal y de ella brotó un gemido de placer y agonía a la vez. Del resquicio emergía una figura femenina: otra Indra, sin cicatrices, sin humanidad en los ojos. Pupilas negras, boca entreabierta, y de su garganta brotaba arena roja.
Cassian gritó:
—¡Ahora!
Todos se abalanzaron contra el espejo. Chloe fue la última en moverse, empujada por Adrián y sostenida por Indra. Colt disparó. Ramona tambien pero se le atasco el gatillo entonces golpeó con una barra metálica un tanto oxidada en el piso que habia sido arrancada del muro. El cristal estalló con un sonido seco, infernal, y los fragmentos se disolvieron en el aire como humo vivo.
Una luz violeta cubrió todo el faro por unos segundos.
Luego… silencio.
El faro dejó de temblar.
Las réplicas desaparecieron.
Dirk ya no estaba en la escalera.
Chloe cayó de rodillas, jadeante, con el pulso desbocado. Indra y Adrián se arrodillaron a su lado. Todos respiraban con dificultad, cubiertos de sudor, polvo, sangre y deseo reprimido. Era como si acabaran de sobrevivir a un ritual prohibido, una orgía que los había usado y vaciado.
Ramona fue la primera en hablar:
—¿Dirk se fue?
Zaza levantó la vista al techo, donde una sombra se deslizaba con lentitud.
—No… Dirk está en todas partes donde haya un reflejo. Esto solo fue el primer acto.
Desde la distancia, el viento arrastraba la brisa del mar. Pero también se escuchaba el eco de una canción.
Suave. Melancólica. La voz de Stevie Nicks cantando Edge of Seventeen.
El viejo reproductor CD retro de Chloe se había encendido solo… en la habitación 5.
Chloe susurró:
—Nos está llamando de nuevo.
El faro volvió a iluminar, no hacia dentro, sino hacia la costa: una luz girando sobre la arena húmeda, como el ojo ciego de un dios antiguo.
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Esa noche, cuando todos dormían, Chloe volvió sola al faro. Abrigada en una chaqueta Eddie Bauer. La noche era fría, un poco más de lo normal.
El aire estaba quieto, el mar en calma. Tocó el muro agrietado, la piedra aún tibia.
Sintió algo recorrerle la piel: un cosquilleo ardiente, una corriente que no venía de afuera, sino desde dentro de ella.
Su pulso se aceleró, el cuerpo entero vibró como si estuviera a punto de romperse.
No era miedo. No era dolor. Era otra cosa.
Era el deseo sexual... como un eco que no necesitaba carne.
Y Chloe comprendió, entre la brisa y la oscuridad salada, que dondequiera que estuviera Dirk, él la estaba sintiendo también.
El faro parpadeó una vez.
El mar rugió como si riera.
Y en algún lugar cercano del desierto, Dirk sonrió y susurró:
—Qué placer haber cambiado de faro.
Chloe cerró los ojos, temblando, mientras su sexo latía como si el faro respirara dentro de ella.
Sabía que no era un sueño.
Sabía que él aún la tocaba desde la distancia.
Continuará...

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